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En la capital, miedo a la soledad



¿Cuál ha sido la mayor locura que hemos hecho con tal de no estar solos? Esta pregunta encuentra su respuesta En la capital, una obra escrita y dirigida por Tomás Cabané que oscila entre el drama y la comedia, entre el teatro musical y el mayor naturalismo, entre las escenas de rica intensidad y las que soportan una manida dramaturgia.


Se dice que en una pareja, siempre hay uno que da más y otro que menos, uno que ama y otro que se deja amar. En la capital nos encontramos con un personaje que soporta los dos pilares en relaciones distintas. Manu se deja querer por Ángel mientras se entrega a Marc. El resto de personajes verán como su vida está dominada por este tipo de relaciones. Respirar, sentirse libre, seguir con lo establecido o vencer el miedo a lo inesperado, a la incertidumbre,… Los personajes creados por Cabané viven en esa fina línea que separa lo fácil de lo complejo, de lo que realmente siente el corazón.


El montaje que nos propone Cabané está cargado de aciertos, de momentos en los que la naturalidad está imperante pero proponiendo otra forma de contar las cosas, donde el cuerpo también habla y no hay miedo a romper con las reglas estrictas de lo cotidiano, consiguiendo que el espectador se mantenga en la historia. Un toque más poético, más estilizado que el director regala a la función. Un montaje ágil que sorprende con un tema musical por el que podría haberse apostado más. Sin embargo, hay un personaje, interpretado con solvencia por Inma Garzía, que me saca de la historia. Sus escenas con Ángel no terminan de encontrar su espacio en la historia. Es un personaje que se nos presenta demasiado desconocido, con problemas y vicisitudes que no terminan de concretarse y que nos sacan del conflicto central. Creo que si la intención es encontrar un personaje que saque al Ángel del pozo en el que está sumergido, también hay que darle peso más allá de su objetivo dramatúrgico. Esta falta hace que la obra acabe siendo un montaje poco concreto y en el que el conflicto principal se queda disipado.


El reparto se encuentra a gusto en escena y tiene ganas de contar esta historia. Alejandro Matrán nos sorprende en su delicada naturalidad, no necesita hacer mucho para que el espectador se crea el personaje que nos propone y empatice con sus sentimientos, pese a que podría resultar ser el malo de la película. Pablo Sevilla no termina de definir a su personaje, que oscila entre la maruja resentida y el novio dolido y sereno. Federico Ortiz aparece demasiado neutro pero construye su personaje con eficacia.


En la capital se presenta con un buen inicio con pequeños detalles que hacen que despierte el interés del espectador pero con un desarrollo que avanza con rumbo incierto.


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