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Peceras, perturbadora, sorpresiva, sensitiva, desconcertante



Cuatro adjetivos que definen una obra que, sin lugar a dudas, no pasa ni ha pasado desapercibida. El tema es complicado, no apto para primerizos en el arte teatral… O sí. Al salir de la función, dos adolescentes recién cumplidas la mayoría de edad, mostraban su indignación a los cuatro vientos porque la obra, según una de ellas, hace apología del maltrato femenino. Nada más lejos de la realidad. Peceras perturba, sorprende, desconcierta,… crea sensaciones y eso es lo mínimo que se le puede pedir a una función. La ejecución… todavía estoy decidiendo si la recomiendo o no aunque, sin lugar a dudas, la recomendaría yendo virgen a la función, sin saber nada. Intentaré no descubrir mucho el pastel con esta crítica.


Para ello, nada de sinopsis, simplemente, tres personajes, dos masculinos y uno femenino, comparten una única estancia, demasiado verde, con el público. Un futuro demasiado lejano o quizá dentro de unos meses, ¿quién sabe? ¿Seremos voyeurs sin saberlo o participaremos, quizá, en la acción? Cada espectador es único, y lo será en esta función. Pasen y vean.


Al principio todo el mundo se ríe, quizá por nerviosismo incluso, por no saber qué va a pasar en escena pero Peceras, escrita y dirigida por Carlos Be, y estrenada en la desaparecida Casa de la Portera, verla allí cobra todo mucho más sentido, se transforma, cambia de registro y enmudece al espectador. El que antes pidió un vaso de tinto, ahora se revuelve en su silla pero ya no sabe qué decir, la que antes protestó por no ser la elegida, ahora se alegra de no estar en el pellejo de la protagonista. El director ha creado una función única, con un tema novedoso, dos años después de su estreno, llegaría a la cartelera una película muy interesante –no diré el título para no dar pistas-, con la misma temática, aunque otro enfoque. Peceras despista al espectador para, más tarde, darle las respuestas que estaba pidiendo a gritos. Quizá la idea de partida se queda un poco estancada y el espectador no consigue entrar en el drama de los personajes pero la dirección, salvo algunas buenas ideas que se extienden demasiado, y el punto de partida resultan tan escandalizadoras, que nada de eso importa.


En cuanto a su reparto actoral, me sorprendo a mí mismo al no reconocer a Fran Arráez. Después de verlo en No hay mejor defensa que un buen tinte, tardo más de media hora en darme cuenta de que la señora de piel de leopardo de aquella peluquería, igual de verde que esta pecera, es este caballero que aprovecha su fisicalidad para crear un personaje muy de la calle, reconocible a simple vista. Carmen Mayordomo derrocha fuerza y fragilidad a partes iguales y deslumbra en cada función. Manuel Moya -sustituto de Iván Ugalte en la función del estreno- es el más inestable, compone cuadros muy buenos y de mucha energía pero, a ratos, no llego a creérmelo del todo, algo que resta en una función tan naturalista.


Espero no haber destrozado esa virginidad con la que espero que vayáis al Teatro Lara a ver Peceras. Una función que exige al espectador, que lo perturba y lo analiza. ¿De verdad llegaríamos a esta situación impasibles? Ver, oír y callar. Esto es lo que pasa en las peceras.


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