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Refugio, un collage de actualidad



¿Cómo nos ven los refugiados a los que acogemos? ¿Qué tienen que contarnos? ¿Tenemos nosotros algo que preguntarles? ¿Nos interesan realmente o es sólo una pose? Miguel del Arco se hace estas y otras tantas preguntas y las intenta responder en su nueva obra, Refugio. Porque al final, nuestras casas son sólo un refugio en el que guarecerse mientras amaina la tormenta; no ofrecemos hogares, ofrecemos refugios. Del Arco se rodea, como siempre, de un equipo técnico y artístico que hace sus sueños y pesadillas realidad.


La introducción es exquisita. Una entrevista, que podría tener a la mismísima Ana Pastor como ejecutora de preguntas, a un político. La corrupción en bandeja. La entrevista supera los límites de lo políticamente correcto. Hasta llegar a sorprendernos. A continuación, nos encontraremos con una especie de Gran Hermano en el que la casa de ese político entrevistado será un collage del mundo que, entre todos, hemos creado, donde arte, adolescencia, violencia, tercera edad, amor y dolor se darán la mano.


Después de sorprendernos con esta introducción y con el giro final, Refugio aprovecha las leyes escénicas para romperlas y crear otras nuevas. Es cierto que estas primerizas leyes pueden llegar a chocar, desvirtuar lo establecido, no encontrar una unificación precisa, incluso no hallar su hueco, su espacio, pero la ficción acaba agarrando con fuerza al espectador hacia un mundo poético en el que proyectamos nuestras verdaderas miserias. Un refugiado que ni habla ni entiende, es capaz de ser más generoso que el que acierta cada palabra que emite el de al lado. El dolor no conoce las palabras. Los personajes pasan a su lado, una escena detrás de otra, mientras él intenta comprenderlos y comprenderse a sí mismo. Nosotros, sin darnos cuenta, acabamos contemplando nuestra sociedad. Hipócrita e irónica. Egoísta y egocéntrica.


No puedo escribir una crítica de Refugio sin pararme a felicitar la propuesta escenográfica, de iluminación y de banda sonora. Paco Azorín, Juan Gómez-Cornejo y Arnau Vilá se lucen cada uno en su territorio. Creatividad y libertad. Sin miedo a caerse.


La función es inaugurada por María Morales e Israel Elejalde. Ambos comparten una escena de ritmo endiablado, que contiene su propio éxtasis. Elejalde sigue después el camino de su personaje, con aciertos sobre todo en el aprovechamiento del humor del político que construye, y Morales se dirige hacia el personaje de Sima, dándole sensibilidad y coraje. Raúl Prieto sorprende en uno de los personajes más dramáticos de su trayectoria, y juega muy bien el pensamiento en voz alta. Carmen Arévalo nos conquista en su escena con Prieto, escena equivalente que también aprovecha Hugo de la Silva, aunque todavía puede darle más juego a su personaje. Beatriz Argüello desprende elegancia pero es el personaje y la trama que, pese a su presencia arrolladora, queda más descolgada. Una pena. Sin lugar a dudas, una de las revelaciones es Macarena Sanz, que derrocha energía en el show en el que ha convertido su vida.


Refugio es arriesgada y aunque en ese riesgo a veces parezca perderse, Miguel del Arco sabe muy bien lo que hace y apuesta a caballo ganador. Quién no arriesga no gana.


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