Veneno para ratones, ver, oír y callar
Después de la olvidada Selfie, Alberto Fernández Prados vuelve a confiar en Sergio Pozo para dar presencia a su nueva obra, esta vez con un personaje más oscuro en un clima frío y desconcertante. Veneno para ratones es un drama de sorpresas propias del culebrón pero que no deja de despertar el interés del espectador desde el minuto uno. Eso sí, la segunda mitad es un triunfo absoluto frente a una primera parte más descafeinada donde los personajes no terminan de encontrarse.
Madre e hijo conviven en un piso heredado de la señora para la que trabajaba la madre. El padre murió. Madre e hijo sobreviven en un clima de peleas y menosprecio constantes. La madre ha conocido a un hombre. El primer hombre que trae a casa desde la muerte de su marido. Ya era hora. Veneno para ratones cuenta ese encuentro, incómodo, entre los tres personajes que tienen muchas más cosas en común de las que creen. ¿Quién caerá en este encuentro? Todos harán lo posible para ser los primeros en salir de esta ratonera.
Tenía ganas de ver esta función de la que había escuchado buenas críticas. Como no me gusta saber mucho de las obras que voy a ver, no incidí demasiado en ellas. Y me alegro. Las buenas críticas están justificadas, Veneno para ratones no te deja indiferente, pero los descubrimientos que la trama nos tiene guardados tiende más al culebrón que al realismo. ¿Tiene eso algo de malo? No lo creo. Simplemente es un concepto diferente que hay que tragarse y he de decir que durante la hora que dura la función, mi atención no salió del escenario. Bueno, sí, para quejarme en silencio del concierto que daban en la sala Cándido Lara y que se sumergía en la que nosotros nos encontrábamos. El texto de Fernández Prados peca de rimbombante, sobre todo en la presentación de los personajes. Los actores no terminan de desprenderse del texto redicho y me saca un poco de la atmósfera creada. Atmósfera que, por otra parte, no hace sino subrayar, con efectos lumínicos, los momentos de tensión o cambio. El espectador no necesita que se le subraye con fluorescente los momentos que, ya de por sí, son impactantes. Sin embargo, todos esos fallos se disuelven en una segunda parte más lograda en la que todo fluye hacia un desenlace que encabalga una sorpresa con otra.
Isabel Ampudia es la encargada de interpretar a la sombra, a esa madre sin energía que su hijo menosprecia y humilla. Ampudia es capaz de mantener esa energía durante toda la obra, incluso cuando el texto la obligaría a salirse de ese margen, se mantiene en una acertada decisión. Sergio Pozo se entrega a su personaje, aunque al principio tienda al estereotipo, acabamos creyéndolo y sintiendo con él. Mauricio Bautista da vida al personaje más redicho y no termina de creerse su presentación. Poco a poco vamos descubriendo su máscara y aceptando su propuesta.
Oír, ver y callar. Eso es lo que hace cualquier espectador durante la función. Y eso es lo que hace Julia. Pero, como bien dice, no es tonta. Veneno para ratones es una buena propuesta con un montaje sencillo pero eficaz que no te dejará indiferente. Eso sí, seguro que algunas de las tramas que tejen la bobina de lana en la que se convierte el argumento, se te escapan. No hay problema. A la salida podrás comentar, es el turno de no callar. Un punto positivo, Fernández Prados mejora, y mucho. Estamos deseando conocer su tercera propuesta, y que vaya en ascenso.