Sueño, ¡qué bonito es soñar!
Locura, sueño. La cordura de un loco. La locura de un cuerdo que no entendemos. Andrés Lima cuenta su propia locura de la obra de Shakespeare, Sueño de una noche de verano. Una locura que se la otorga a la cabeza de su protagonista, como queriendo deshacerse de ella, pero en el fondo nos encontramos con los miedos de un autor, quizá Shakespeare, quizá Lima, ante el amor y el desamor de su propia vida.
Un anciano vislumbra su propia miseria. Sus últimos años sólo cobran sentido cuando la locura de la literatura aparece o cuando el amor, nada desinteresado, pretende conquistarlo. Sólo así el hombre vuelve a su ser y puede apartarse de una vida que le hastía. Sus hijos quieren lo mejor para él pero dudan si son capaces de saber qué es lo mejor para él. Entre tanto, su cabeza sueña con sueños de una noche de verano.
Resulta complejo este Sueño. Resulta complejo porque nuestra cabeza racional es incapaz de ver más allá de la realidad que vemos sobre el escenario. Nos cuesta vislumbrar el sueño. Atendiendo a esa realidad que pisa el teatro de La Abadía, nos encontramos con una función con dos partes bien diferenciadas que no llegan a encajar en ningún momento. Tan sólo al final logramos comprender la intención del autor o quizá es que hayamos sucumbido al sueño que Lima nos tenía preparado sobre la butaca del teatro. Es esa dualidad de la obra de Lima y la de Shakespeare la que hace que nos alejemos de la función. Sólo cuando la historia se detiene en los mundos que recrea, la función se hace interesante y cobra calado. El cuadro de Gijón es uno de los mejores de la obra y el espectador lo agradece, al igual que esa persecución por el patio de butacas que despierta de su letargo al espectador, o quizá lo sumerge más, soñando con un mundo acelerado donde todo es posible, donde los personajes no tienen tiempo ni espacio y donde puedes levantarte y salir a correr tras ellos. Bueno, al menos eso es lo que soñé yo. El uso de las luces estroboscópicas apoya a dejar atónito al espectador en un baile de fotogramas que acaba pasando desapercibido a medida que transcurre la trama.
En este Sueño me interesa más la historia central que la comedia de Shakespeare. Nunca le he conseguido ver del todo la parte cómica a este Shakespeare y aquí, donde Lima insiste en incidir en hacer comedia forzando y lloriqueando la tragedia, burlándose del drama que lo que sucede es para los personajes, tampoco me termina de convencer ni divertir. Es más, me quedo con la comedia de la tragedia central. Sí, así es Sueño, realidad versus ficción, Shakespeare versus Lima, tragedia versus comedia. Sólo así creas una comedia muy trágica, como Lima ha bautizado a su visión de Sueño de una noche de verano.
Si hay algo que destaca sobre el escenario es la fuerte fragilidad de Chema Adeva, a punto de romperse en ocasiones pero con energía cuando es preciso. Gran construcción de personaje. Al igual que la puta asturiana de Ainhoa Santamaría, divertidísima, como siempre. Vuelvo a rendirme a los pies de Nathalie Poza, que no necesita hacer mucho para estar soberbia. Será debilidad mía. María Vázquez está correcta y cumple con su cometido, divertida también en el papel de amigo. Y si hay alguien que sorprende en este sueño es Laura Galán, capaz de mantener su personaje durante toda la función sin pestañear. Parece fácil pero no lo es. Mi más sincera enhorabuena.
A pesar de todo esto, Sueño te hace soñar y en este sueño cada uno entendemos nuestra propia realidad y la realidad de lo que sucede en escena. Al final comprendemos que nuestra cabeza viaja sola por los mundos de Shakespeare y que no sabemos si dormidos o despiertos pero ¡qué bonito es soñar!