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Danny y Roberta, dos locos solitarios



La historia escrita por John Patrick Shanley es una historia de personajes, de dos locos solitarios que se encuentran una noche y, a partir de ahí, dejan de ser solitarios. El encuentro, demasiado fortuito y directo, hace que la obra no logre captar la atención del espectador desde el primer momento. Los personajes, sobre los que se basa la historia, son demasiado repelentes en su presentación y, aunque poco a poco, logras empatizar con sus tragedias y desdichas, a veces provocadas por ellos mismos, esa entrada descafeinada va arrasando con todo como una ola leve y ligera que te moja pero no cala. Una puesta en escena sencilla de Mariano de Paco Serrano que prefiere centrarse en la interpretación de unos personajes complejos de los que había que sacar la ternura para que el espectador los siguiese en su caminar. Una suerte contar con la guitarra y la voz de Ester Rodríguez.


Danny se toma una cerveza en un bar, apartado de las masas que lo hacen enloquecer. Roberta se toma unas patatas de bolsa haciendo tiempo para llegar lo más tarde posible a su casa. No esperan a nadie. Y por culpa de esas patatas fritas se produce el encuentro. A partir de ahí, una tira de confesiones, malas palabras y botellas rotas los llevan a la cama, a las palabras tiernas y, porque no, al altar.


Quizá Danny y Roberta pueda ser un cuento de hadas con protagonistas oscuros, aunque aquí el encuentro y el transcurso de la historia de amor resulta demasiado violento y veloz. No hay evolución lógica, los personajes dicen y hacen, y a los espectadores nos falta un porqué para engancharnos a esta historia rara de amor. Lo positivo, la obra no ofrece más de lo mismo, y eso es de agradecer. Sin embargo, a lo que ofrece le falta justificación, una dramaturgia que suavice los choques argumentales y una dirección que los difumine, en vez de subrayarlos. Un juego que, quizá, a simple vista no encaje con la presentación de los personajes pero que sirve para que el espectador se vaya con una sensación a casa: todos tenemos un corazón y un lado tierno que necesitamos sacar a la luz. A todos nos relaja el amor.


Laia Alemany y Armando del Río son los encargados de poner cuerpo y voz a estos personajes tan complejos. A los dos les faltan muchas capas por encontrar en Danny y Roberta; capas que harán que los personajes no pasen de un estereotipo a otro, sino que basculen entre los dos. Del Río consigue presentar un personaje más estable y convence pero Alemany parece cambiar de manera abrupta cuando se pone los pantalones. La fantasía de la noche consigue suavizar su miedo a los hombres.


La necesidad de hablar me parece poca justificación para que los personajes hablen entre sí encima de un escenario. Tiene que haber algo más y aquí, no lo encuentro o, simplemente, no lo hay. Una propuesta que golpea al espectador pero que no lo hiere. Por cierto, de fondo se escuchaba en algunas ocasiones un bebé… Dudo que estuviese entre el público… Extrañezas del teatro.


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