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Perdóname cuando me haya ido, para la libertad



Sentimientos encontrados son a los que me enfrento al escribir esta crítica. Ayer estaba débil y Perdóname cuando me haya ido logró emocionarme en su tramo final. Pero es cierto que hasta llegar hasta él me encontré con un texto demasiado poético y pretencioso como para llevarlo a escena de una manera naturalista. Un encuentro entre dos hermanas que es un constante de perdones y reproches que se alargan innecesariamente para ocupar la hora protocolaria. Rosel Murillo Lechuga se encarga del texto y la dirección y realiza un trabajo que raspa el aprobado por su mensaje final. Necesario. Vital.


Enma regresa a casa. No la esperan con los brazos abiertos. Sus padres han muerto y la única familia que le queda, su hermana pequeña Marta, está cargada de rencor y reproches por su huida. ¿Conseguirá el perdón de su hermana? Tal vez cuando se haya ido.


El texto de Murillo está repleto de frases que sentencian. Un texto poético que suena tedioso a veces por la inexplicable obligación de mezclar poesía con lentitud. Las palabras bien dichas quedan dichas aunque no las remarques con un ritmo pausado. Dilas con emoción, con el corazón y no necesitarás subrayarlas. Y eso es algo que se repite. En Perdóname cuando me haya ido se dice demasiado, se muestra demasiado y se insiste demasiado. Cuando brilla la escena es cuando se hace menos, cuando las actrices se plantan y muestran el corazón de sus personajes, es así cuando logran convencer y emocionar al espectador. La magia llega al final, pero llega. También me surge la duda de si una propuesta menos convencional hubiese ayudado a dar ritmo a la escena. No lo sé, todo es cuestión de probar. Lo que está claro es la nula necesidad de insistir tanto en la misma idea, llega a cansar. Enma, querida, deja de decir perdón, prueba otras estrategias.


El lado interpretativo también tiene altibajos. Las actrices se enfrentan a un texto complicado de decir y tienden a una entonación unificadora que se vuelve plana. Lucía Esteso muestra demasiado, desprende demasiada energía para transmitir su emoción. No lo necesita; la vemos clara cuando se para, cuando nos mira a los ojos resbalando una lágrima por su mejilla. Andrea Hermoso se muestra tensa y brusca en sus movimientos pero brilla, y mucho, en su monólogo final.


Con cierto aire lorquiano –en el patio se dicen las verdades, los cimientos guardan secretos y mentiras, muy de Bernarda Alba-, Murillo salva la función en sus últimos quince minutos. Sin embargo, aplaudo la valentía de no dejar esta historia guardada en un cajón, la valentía de proponernos su arte, de mostrarnos su manera de contar las cosas que, aunque haya mucho que pulir, nos enseña y nos aconseja. ¡Adelántate a la vida!


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