Mujeres enfermas, invisibles, aisladas
Cada vez que llego a la Sala Tú inunda en mí cierta sensación de austeridad, de que lo que voy a ver no va a terminar de convencerme. Pero, por suerte, en muchas de las ocasiones, acabo entrando en la historia que se nos presenta gracias a dramaturgias arriesgadas y a un buen trabajo actoral que sobresale por encima de la falta de presupuesto y que parte de la nada para darlo todo. A veces, incluso los elementos externos sobran. Este es el caso de Mujeres enfermas, escrito y dirigido por Hugo Álvarez Gómez, que, aunque con desaciertos evidentes, consigue sobresalir y no agotar al espectador tras una función de casi 120 minutos. Todo un logro.
Llego a la Sala Tú media hora antes de la función. Hoy asisto gracias al Bono YMás. Seguimos aprovechando la Tarifa Plana del Club YMás. Tenía miedo de que al ir sin reserva no pudiese ver la función pero no fue el caso. Con amabilidad, entre a la sala y sentado en un enorme sillón rojo, me sentí privilegiado. Repetiré. La función va a comenzar.
Cinco mujeres. Un hombre que sirve como nexo de unión, a veces también es protagonista de las escenas. Siete historias que aparentemente no tienen conexión entre sí se suceden sobre la madera. Todas ellas para hablar del papel de la mujer en la sociedad. No sé bien si están enfermas, son invisibles o tienen miedo a dejarse ver, o están aisladas o tienden a aislarse ellas mismas, el caso es que no terminan de encontrar su espacio en una sociedad que va demasiado rápido.
Las historias que nos propone Álvarez Gómez presentan una introducción complicada. Cuesta arrancar. Pero a medida que avanzan las escenas y vas encontrando los nexos de unión, empiezas a ver la otra cara de la moneda a eso que se nos había anticipado o empiezas a ver la cara oculta de los personajes, todo empieza a brillar, sobre todo las interpretaciones de algunas de las actrices. La dramaturgia, demasiado extendida y alargada -se podría contar lo mismo con menos y hacer más asequible el montaje-, sorprende al espectador dándole permiso para adivinar quién es quién. El nexo entre escenas, aunque es original, coordinado y se agradece la no elección del fácil oscuro, podría ser más ágil parándose menos en los elementos escenográficos que, salvo contadas ocasiones, pasan desapercibidos en el fondo de la escena por mucho que se cambien de posición.
Pero si hay algo que, aparte de los aciertos dramatúrgicos, destaca en Mujeres enfermas, es la interpretación, sobre todo, de los dobles personajes. Dueñas de una composición sutil y creíble, es una pena que, a veces, sean perjudicadas por la extensión de las escenas. Cristina Pineda nos cautiva con la tierna comedia de su personaje principal; Elsa Chaves nos sorprende por lo notable de sus dos personajes; Sonia Mangas y Ángel Paisán hacen lo que tienen que hacer, nada más; y Almudena Ardiz tiene energía y carácter. Idaira Fernández, por su parte, muestra demasiado lo que siente y, aunque emociona, le vendría bien no contarnos todo lo que pasa por la cabeza de su personaje. Eso sí, pese a que está poco justificada la incursión de la canción, hubiese sido un delito no escucharla cantar. Gracias.
Mujeres enfermas se convierte así en el reclamo del grito en voz alta, nada de quejarse para dentro. Algo así parece querer expresar esa escena final, totalmente innecesaria e injustificada. Después de hora y media de función, no conviene presentar a dos personajes nuevos que, pese a que tienen un mensaje formidable, no aportan nada a la trama y su enlace está metido con calzador. ¡Qué dejen de enfermar las mujeres, por favor! Es un placer escuchar su voz.