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He nacido para verte sonreír, salir del nido



Que haya un nido encima de las cabezas de los protagonistas no es casualidad. He nacido para verte sonreír habla del abandono, de la culpabilidad, del sentirse culpable ante hechos que son ajenos a nuestra decisión, de la justificación,… Todo ello enmascarado en el disfraz de la locura que sólo se apunta en escena. Isabel Ordaz lleva a cabo este monólogo donde un único receptor se muestra mudo ante lo que se le viene encima. Pablo Messiez vuelve a elegir a Nacho Sánchez para poner los oídos a este texto de su compatriota argentino Santiago Loza.


Una madre entra en escena. Esa madre que necesita conversar, que necesita contar lo que hace y piensa en cada momento, necesita transmitir sus sueños y frustraciones, una madre que necesita ver a su hijo sonreír. Una sonrisa que podrá hacer cambiar el presente y el futuro. Miriam se despide de su hijo en un monólogo lleno de contradicciones, tan humano como somos los seres humanos.


“¿Dónde estás ahora?”, le pregunta Miriam a su hijo. Lo mira a los ojos y no lo encuentra. “La locura da calor, sofocación”, “volverse loco es perder el cuerpo”, la obra de Loza se convierte en el análisis de la locura desde el punto de vista del que lo tiene al lado, del que describe lo que ve. No hay más ciencia que esa. La función le sirve a la protagonista para justificarse, es su forma de pedir perdón, la única manera que ha encontrado para dejar de sentirse culpable por abandonar a su hijo. De alguna forma, es lo que puede sentir cada madre al dejar que su hijo abandone el nido familiar, ese nido de la protección y la inocencia. Pablo Messiez vuelve a dotar a su montaje de la sensibilidad y emoción necesarias, sólo la precisa para que llegue ese momento en el que la lagrima caiga sola, sin pensarlo.


Volvía de siete horas de viaje, de siete horas conduciendo y me costó que el montaje me atrapase. La primera parte puede resultar demasiado lineal ya que a lo único a lo que podemos agarrarnos es a un texto que mezcla sabiamente la realidad con la poesía. Un montaje escénicamente impactante donde la ternura, la esperanza y la incomprensión viajan en el mismo barco.


Un barco que hubiese encallado si el reparto no estuviese tan entregado. Isabel Ordaz transita en una complicada línea entre el naturalismo y lo excéntrico. Algo que la identifica y que sólo ella puede hacerlo con tanta verdad. Messiez le da libertad y eso hace que cada función sea única. Nacho Sánchez, por su parte, vuelve a sorprendernos con este personaje y con una concentración abismal difícil de mantener y que no pierde en ningún momento desde que entra en escena. Construye un personaje impactante y consigue transmitir sin necesidad de articular palabra. Los dos se escuchan, se compenetran con emoción y disfrutamos de un auténtico recital de interpretación.


Santiago Loza nos regala un texto donde lo realista se funde con lo poético y donde el papel de la madre es un regalo. Hay que comprender muy bien el alma femenina para crear este texto en el que la madre descubre el hecho de ser madre. No pasa inadvertido. La emoción, la mezcla de ironía, humor y melancolía. La tragedia y el drama. Un viaje hacia lo desconocido de lo cotidiano.


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