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Ohlala, riesgo, adrenalina y apoteósico final


Es la primera crítica que escribo de un espectáculo de este calibre. Atento a no dejarme impresionar por lo obviamente impresionante de la situación, disfruto del espectáculo con sus muchas luces y algunas sombras. Ohlala, ese grito de asombro ante lo que ocurre en escena, comienza llena de evidentes referencias al cabaret, con ese erótico susurro de vuestros sueños se harán realidad emitido por Emy Sotomayor, a la que pensaba que iba a ver más, y esa básica animación inicial de David Moya. A partir de esto, lo que sucede en escena son una serie de propuestas acrobáticas y de riesgo, con varios y sorprendentes aciertos humorísticos donde a más de uno nos dejaron con la boca abierta.


Ohlala se atreve a cautivar al espectador sin necesidad de vulgaridades, apuesta por lo sexy y lo erótico pero no por lo pornográfico. Deja la chispa, ese dulce sabor de boca del posible desnudo para que te quedes con el gusto de lo acrobático y lo arriesgado. Espectaculares y temerosas escenas en las que el público está alerta y en tensión por aquello que podría pasar y nunca pasa, porque todo está medido al milímetro, aunque no nos demos cuenta, aunque nos pareciera inestable el número de la báscula o aunque dudáramos de que se pudiese medir con tanta precisión el arco de un látigo.


La primera parte arranca con buenas vibraciones pero no consiguen levantarnos del asiento. Después del quizá innecesario descanso, los motores se calientan y la energía se revoluciona en el escenario. El número de Judith Perozo es divertido y el ejercicio de telas y agua de Jean Passos abre un espectacular camino hacia los caballeros ingleses, que parece imposible lo que llegan a hacer, siempre puede ir a más, y los patinadores que te cortan la respiración.


Ohlala está bien diseñado, la música en directo es una gran elección, al igual que la sorprendente voz de Aurore Delplace, que te atrapa tanto o más que las acrobacias y flexibilidad imposible, un juego de luces muy acertado, quizá algo fallido en la escena de los líquidos fluorescentes, pues se quedaba a medio camino de la oscuridad absoluta y no termina de funcionar el número. Coreografías estudiadas y con buen ritmo. Un espectáculo enérgico en el que te despides con buen ritmo y con ganas de subirte al escenario a bailar y a sentir en tu propia piel la adrenalina del momento.


Ohlala, arte en estado puro, sin apenas sufrimiento, sin dejar ver las horas que hay detrás de cada número, haciendo fácil lo imposible. Inspirado ligéramente en la película El Cisne Negro, este montaje te cautivará. No lo dudes.


Puedes disfrutar también de este montaje dentro de la cartelera en tarifa plana del Club YMás.


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