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El loco de los balcones, luchando por un absurdo

Lima, Perú, siglo XX, época de cambios, en la que convive el pasado y el presente. Lo tradicional con la transformación, la mirada hacia lo nuevo, lo moderno, lo revolucionario. Atónito ante esa mirada y, sobre todo, ante el olvido de lo histórico, se encuentra el personaje al que da vida el gran José Sacristán en El loco de los balcones.

Con un comienzo un tanto poético, la obra transcurre en la memoria del protagonista. Cuando comienza la acción, nos encontramos a un borracho y a un profesor de Historia del Arte asomado a un balcón con una soga en la mano. A partir de ahí, nos adentraremos en su mundo, en sus recuerdos y en su lucha por una cruzada que resulta demasiado ilusoria.


Y es este el principal fallo del texto de Mario Vargas Llosa. Al espectador le cuesta empatizar con un hombre al que sólo le interesan unos balcones de madera tallada. Quizá el problema esté en la dirección de Gustavo Tambascio, que no logra traspasar lo superficial de este dilema ideológico, que podría ser muy interesante aunque durante la primera mitad de la función no llegues ni a planteártelo. ¿Qué es más justo? ¿Preservar lo antiguo pese a estar en muy malas condiciones o construir lo nuevo?


El texto es costoso, despista, te aleja… Demasiados monólogos y referencias a los balcones. El cambio llega en una conversación profunda y acalorada que, para mí, es el punto fuerte de El loco de los balcones. ¿Es ético pelear por unos balcones cuando en Perú la gente se muere de hambre? Javier Gódino interpreta al exyerno del viejo Aldo Brunelli, el único que hasta este momento ha hecho dudar al profesor. Aunque la duda dura poco. Este es el punto cómico de la obra, la locura del loco; por mucho que le digan y por obvio que parezca el tema a tratar, siempre piensa que el mundo está en su contra y que podrá con él.


Podríamos pensar, al encontrarnos al frente de la dirección con Gustavo Tambascio, conocido por su arte en la ópera y en el teatro musical, que los aspectos musicales introducidos en la obra aportaran bastante en la trama. Pues no, es otro de sus puntos débiles. La música suena repetitiva, recurso fácil y cansino. Y los momentos musicales y coreográficos llegan a resultar ridículos. La introducción de la Comedia del Arte en un minuto de la obra tampoco aporta nada nuevo. Lo único que consiguen es que la lucha del loco de los balcones sea más ridícula, menos creíble. Además, escenográficamente nos cargan de balcones. Impacta el balcón a tamaño real que casi ataca al espectador, pero balcones en las paredes, en el suelo,… no hacen más que inundar de un tema que suena alejado de la preocupación actual, tanto como Lima está de nosotros. Quizá la obra tenga éxito allí en el Perú pues penetra en sus raíces pero en Madrid hay exceso de balcones.


A nivel actoral, me quedo con un Javier Gódino que pese a tener un papel pequeño es esencial y un regalo para el espectador. Su acento, pese a no concordar con el resto de actores, está muy conseguido. Candela Serrat, la hija, está inestable aunque se luce en su escena final. El resto del reparto, salvando a Carlos Serrano y Juan Antonio Lumbreras que están correctos, parece sacado de una clase de declamación. Y José Sacristán, pese al aplauso final, no está a la altura del monstruo de la escena que es quizá porque el objetivo de su personaje es costoso de defender. A pesar de eso, su voz y su presencia inundan el escenario y el patio de butacas. Muy bueno, eso sí, en los momentos en los que la locura está en su punto máximo. Señor de la escena, Quijote con voz honda.


El Teatro Español se enfrenta con El loco de los Balcones, de nuevo, a un texto de Vargas Llosa después de La Chunga y Kathie y el hipopótamo. Una propuesta que quizá coja peso con las representaciones. Al ver el teatro abarrotado sabemos que el público lo acompañará. Estarán hasta el 19 de octubre. Confiemos en Sacristán.

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