Las heridas del viento, las heridas del amor
Sentado en un taburete alto, veo aparecer al autor y director de la obra, Juan Carlos Rubio. Tiene mucho que decir y su mirada desprende emoción. “Las heridas del viento. A mi padre”, dice. Y comienza la función.
Una historia que transcurre entre los secretos ocultos y desvelados. El desconocimiento, las ganas de conocer y el amor, mucho amor. Amar tanto que llega hasta doler. Una historia que sobrecoge a todos los espectadores. Espectadores de una función cercana, íntima, en el hall del Teatro Lara, como no puede ser de otra manera. Es más, de otra forma, a la italiana, perdería poder, fuerza, magia. Desde un patio de butacas o desde un palco, no podríamos ver los ojos brillantes de Dani Muriel o la expresión dolorida por la vida de Kiti Manver.
Dani Muriel nos introduce en la historia, en su historia, con voz firme y decidida. A los pocos minutos aparece una señora de pelo rubio y pechos pronunciados. Le durará poco esta imagen. Es impresionante el momento en el que Kiti Manver se vuelve Juan, esta señora despampanante se hace hombre. Y no puede hacerlo mejor. Cada movimiento, cada paso, cada mirada y cada palabra son de hombre, y mejor dichas que si las dijese cualquier hombre.
Y nos adentramos en una sucesión de cartas, de encuentros en los que los dos personajes se encuentran, se conocen, descubren sus intimidades, sus amarguras, el dolor que le pesa en lo más profundo del corazón. Sólo me queda decir que tenéis que ir a verla. Sin menospreciar a Muriel, que ejerce de partener correctamente aunque sin grandes aspavientos, la interpretación de Kiti Manver es una de las mejores interpretaciones que he tenido el lujo de presenciar, digna merecedora de ese premio a la mejor actriz de teatro otorgado por sus propios compañeros de la Unión de Actores. La crítica y sus propios compañeros la alaban, yo no iba a ser menos.