Donde hay agravios no hay celos, una correcta comedia de enredos
Helena Pimienta comparte con nosotros su nuevo montaje clásico. Ser directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico la avala. Desde la butaca, nos encontramos con un clásico que Rojas Zorrilla que fue un auténtico éxito en la época. Una comedia de enredos en las que descubriremos que la verdad no es siempre la verdad.
Dirigido con un toque original, donde el verso da juego a nuevas composiciones estéticas y movimientos escénicos, Helena Pimienta hace que los actores jueguen en escena, que los personajes se diviertan en su desgracia y que, al final, la sangre nunca llegue al río. A pesar de esto, nos encontramos con una obra correcta, Helena Pimienta no sorprende en exceso pero tampoco decepciona. Decide apostar por la comedia y lo hace con éxito.
La historia transcurre en Madrid, donde un no muy adinerado caballero va a conocer a su amada, con más poderes que él. Pero antes de conocerla ya comienzan los líos. En la foto que ella tiene de él, no aparece él, sino su criado. Y, para más inri, nada más llegar se encuentra a un hombre saliendo del balcón de su amada. Todo esto en cinco minutos. A partir de ahí se sucederán una serie de tramas que hará que la cosa empeore.
Si bien todos los personajes están interpretados con gran soltura, no todo está al gusto del consumidor. Clara Sanchis y Natalia Millán, nada criticables a nivel interpretativo, me parece que no han sido una buena elección. Interpretan a mujeres más jóvenes que ellas y eso se nota, sobre todo en la primera, que da vida a una Doña Inés diferente, un poco pasada de rosca, con una voz de pasa de lo agudo a lo rasgado sin justificación. No consigue parecer una jovencita y eso hace que pierda credibilidad. A pesar de esto, la escena que comparten ambas en el sótano es pura diversión. La edad de ambas quizá también sea partícipe de una de las ideas ponderosas de la obra, siempre hay tiempo para las segundas oportunidades. Jesús Noguero y David Llorente componen un caballero y criado muy potentes, donde el criado tiene tanto peso como el caballero y donde a veces el caballero es más ridículo que el propio criado. Un placer verlos sobre el escenario. Marta Poveda, por su parte, divierte en sus monólogos pero a veces se nos pierde en la aceleración del verso. Sorprende ver una fantasía sexual tan clara en esta obra.
Con una escenografía con muchos recursos y una muy buena introducción de los momentos musicales con el acordeón que toca Vadzim Yukhnevich, este éxito del Siglo de Oro consigue lo que se propone, divertir y entretener.