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En el desierto, seres que vagan en su destierro

Para ver un espectáculo de danza, hay que abrir la mente. Dejarse llevar por el movimiento, dejarse mecer como si estuvieses en una cuna, una cuna en medio del desierto donde vagan los personajes que se estremecen a las órdenes de Chevi Muraday.


Siete personajes que huyen, que necesitan escapar, huir de la sociedad que los amarga. Cada uno con un miedo, apenas invisible, que muestran con movimientos duros, rasgados, algunos sacados de la cotidianidad. No voy a negar que esa es mi propia reflexión, cada espectador tendrá la suya, eso es lo bueno de la danza. Si buscas que te cuenten una historia de principio a fin, con principio, nudo y desenlace, este no es tu espectáculo, pero si quieres indagar, que te hagan pensar y rebuscar en lo más profundo de tu alma, En el desierto te demostrarán el valor de una sonrisa, de la luz que brilla en nuestro alma, de un silencio en compañía, de la música de nuestro corazón.


Es envidiable la soltura de estos bailarines, el cuerpo que parece no pesar ni un gramo. A la cabeza del reparto nos sorprende Ernesto Alterio que da vida a un pianista que no puede parar de mover sus dedos y que lleva su piano como una carga, de la cual no puede desprenderse. En el desierto también hay texto, unas palabras que te atrapan en la voz de Alberto Velasco y que te contagian una extraña felicidad en el susurro de Maru Valdivielso.


Además de la danza y de la música, unas de las cosas que más llaman la atención de este montaje es la escenografía, teñida de un azul desgastado, y el uso que se le da. Parece un personaje más, que se mueve y que se expresa, incluso desafiando a la gravedad. El vestuario también acompaña a esta triste atmósfera que se completa con una espectacular iluminación de David Picazo. El único pero, ese uso que hacen de los elementos escenográficos a veces despista, sobre todo cuando hay texto de por medio. Ese momento en el que entre todos construyen lo que será su refugio de seres brillantes, de luciérnagas, donde para la música y el sonido de las herramientas de bricolaje es la propia melodía; ese instante es demasiado duradero y llega a despistar lo que sucede alrededor. Quizá habría que acelerar ese proceso. Sin embargo, lo que consiguen después es pura magia.

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