El valle de los cautivos, el poder de la amistad
Época de posguerra, jóvenes que construyen el Valle de los Caídos en homenaje a las pérdidas del bando vencedor, una historia, un periodista que intenta averiguar la verdad. Estas son las claves de El Valle de los Cautivos, obra dirigida por Francisco Vidal y que traslada el Valle a pleno Malasaña, a la Sala Tú.
La historia comienza con un suicidio, con una mujer dolida con su marido, que no puede ser buena persona porque sino no la habría dejado sola. Su interlocutor, un periodista que sólo quería escribir un artículo, se ve envuelto en un círculo de investigaciones en las que estará involucrado directamente. La otra parte de la historia, la que transcurre en el pasado, es la que más nos embelesa. Las vidas de dos desconocidos muy dispares entre sí, que se encuentran a la fuerza, construyendo una inmensidad de piedra. Dos jóvenes que se irán conociendo poco a poco, haciéndose inseparables, hasta tal punto que marcarán sus vidas para siempre.
El valle de los Cautivos es una obra sencilla, sin escenografía, donde la interpretación de los actores queda desnuda. La historia te envuelve aunque es cierto que acaba siendo más interesante lo que pasó en 1951 que lo que justifica toda la acción, la búsqueda de la verdad por parte del periodista y la viuda, Segunda. Lo bueno es que este caminar en el tiempo nos permite el lujo de conocer cómo han evolucionado y envejecido los personajes que pudieron hacerlo. Aunque en el guión quedan algunos flecos sueltos, aspectos que no quedan del todo justificados, en su totalidad hay puntos de giro que resultan interesantes y sorprendentes. Francisco Vidal compone una hora y media de función que, aunque a veces peca de lenta debido a que los saltos en el tiempo son demasiado evidentes y tardíos, consigue mantener al espectador enganchado a la historia. A nivel actoral, destaca una versátil Noelia Tejerina que otorga a sus personajes un brillo especial en los ojos. Del lado contrario, Fernando Escudero, que aunque resulta divertido y sus escenas con Sato Díaz son las más atractivas de la función, construye un personaje demasiado actual y con vocabulario más típico de un chulo de barrio que de un cazurro de pueblo padre de familia.
Una historia de amistad, una voz que muestra cómo cambiaron las vidas de tantos hombres y mujeres después de la tormentosa Guerra Civil. Sí, otra vez la Guerra Civil. Es nuestra historia en mayúsculas y hay que hablar de ella. El mito de Prometeo, sobre el que se justifica todo el texto, es sólo una excusa para contar una historia que al autor, Pedro Martín Cedillo, parece tocarle muy hondo.