Smiley, ¿quién sonríe primero?
El teatro es ocio. El teatro son sentimientos. Smiley cumple a la perfección la doble función del teatro, transmitir emociones y entretener. Noventa minutos de carcajada asegurada, en la que la sonrisa no se apartará de las caras de los espectadores. Una historia de amor entre dos hombres muy diferentes entre sí pero con un mismo sentimiento, las ganas de querer y ser querido.
Smiley es algo más que una historia de amor homosexual. Es la incertidumbre del qué pasará, del escuchar al corazón sin miedo a equivocarse. Una obra actual, cercana y muy humana. Alex y Bruno se equivocan, cometen errores y pagan por ellos, no son valientes, viven su vida arrastrados por la rutina y por lo que debería de ser. Aunque habrá algo que les hará cambiar. Un error en una llamada telefónica será ese hilo rojo que los unirá.
Y es que Guillem Clúa, al texto y a la dirección, habla sin tapujos. Recoge el lenguaje de la calle y no se censura. Crea una obra gamberra en la que los sentimientos están a flor de piel desde el minuto uno, tanto para la risa como para la emoción. Smiley podría está destinada a un público gay, y lo está, pero va más allá. La historia que cuenta está protagonizada por dos hombres y, aunque hay muchos tópicos, consigue romper con todos ellos, utilizándolos. Elimina de raíz los tapujos y tabúes y se adentra en los corazones de los protagonistas. Genial idea las “aclaraciones para el público heterosexual” y las conversaciones directas con el espectador ya que hacen que nos sintamos más cerca de los personajes, que inundan de ternura su intimidad. Ambos tienen miedos, ganas de ser felices y ellos mismos son los únicos que pueden conseguirlo. Como la vida misma.
En Smiley destaca sobre todo el gran trabajo actoral. Enhorabuena por el casting escogido. Dos actores muy diferentes pero que aportan todo lo necesario a los personajes y a la historia. Reman en el mismo barco. Ramón Pujol maneja el ritmo a la perfección y crea un personaje tierno y entrañable. Sobresaliente en el monólogo inicial. Mientras, Aitor Merino, es la versatilidad pura y lo demuestra con los diferentes personajes que interpreta. Ambos consiguen crear escenas muy potentes donde la comedía irradia por los poros de su piel.
Divertida, enérgica y optimista. Una obra sencilla en su estructura pero que demuestra que no es necesario perderse en el guión para contar una historia que llegue al espectador que, a veces, lo único que quiere es eso, que le cuenten una historia. Así es Smiley, esa sonrisa que, como dice Alex, “no promete un buen final, pero sí un principio”.