Ricardo III, el rey sin conciencia ni entendimiento
Sueños y visiones del Rey Ricardo III, la noche que precedió a la infausta Batalla de Bosworth, título tan largo y tedioso como la obra a la que se refiere. Una actualización del gran Sanchís Sinisterra sobre el shakespiriano Ricardo III que recoge aquellos fragmentos y escenas importantes y las entremezcla para lograr una trama más definida. Lo que consigue, y que Carlos Martín lleva a escena, es una ininteligible adaptación con un reparto senil en el que no todos son lo grandes que fueron.
No me conozco al dedillo la obra a la que Sinisterra ha metido mano. La mítica frase “Mi reino por un caballo” suena reconocible, pero conozco a Shakespeare y a veces es complicado de entender debido a la multitud de personajes que acompañan sus obras, pero siempre, a lo largo de la historia, se van aclarando las ideas. Con esta adaptación no tenemos la misma suerte. Quizá muere demasiada gente y no nos da tiempo a reaccionar, ni a cogerles cariño. Aún así, Ricardo III destaca una interesante faceta de su protagonista: la falta de conciencia. Aquel que desea ser rey mata sin ton ni son a sus hermanos y parientes cercanos y, ante cualquier reprimenda, sólo puede decir: “Ya no puedo volver atrás”.
Juan Diego, pilar fundamental de esta función, compone un personaje destructor, malvado, irónico, sin perdón ni arrepentimiento. Todo le vale para lograr su objetivo. Corporalmente es perfecto. Jorobado, con una pierna colgante, manirroto. Juan Diego realiza un trabajo físico sobresaliente pero está en contra de su voz, que suena quebrada y de escasa definición. A pesar de eso, Juan Diego brilla en los momentos en los que le da frescura a su Ricardo III y provoca más de una carcajada. El resto del reparto tampoco está en estado de gracia, algunos pasan por el escenario sin llamar la atención, salvo Terele Pávez que, rica en sentimientos, parece que le cuesta hablar, aunque eso le aporta algo de fragilidad a su personaje. Me quedo con Carlos Álvarez-Novoa, que demuestra una vez más su saber estar, Ana Torrent, cuya presencia es intachable, y Asunción Balaguer, que se apodera de la escena en cada aparición, todo un lujo verla sobre el escenario a sus 89 años.
Una producción muy costosa que no obtiene los resultados que debería obtener, los deseables. La escenografía funciona a nivel poético pero obstaculiza la visión del espectador. El vestuario es exquisito pero no sólo de ropajes vive el hombre y tampoco el teatro. Sin duda, Ricardo III se vuelve sanguinario y mata a hachazos la palabra y el entendimiento. Otra decepción en el Teatro Español.