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Cabaré de caricia y puntapié, música y nostalgia

Sentado en una silla con mesa de cabaret, el Teatro Alfil es ese tipo de teatro por el que no pasa el tiempo y más si ante nuestros ojos se abre el telón y se presenta Cabaré de Caricia y Puntapié, una obra compuesta por las canciones del genuino Boris Vian. Divertida, irreverente, sangrienta, exhibicionista, loca,… pero sobre todo, nostálgica. La nostalgia de esos cabarets parisinos de principios del siglo XX.


Sobre la exposición de una tesis doctoral sobre Boris Vian, se conjugan tres conceptos: amor, violencia y vecindario. Con esta excusa teatral, dos personajes ilusionados se dirigen directamente al espectador, o a ese ficticio tribunal que va a evaluarles. La torpeza de una hace que se desordenen todos los papeles y que la exposición se convierta en un auténtico caos. En torno a esto, nos encontramos con una serie de números musicales en los que cabe todo, pero que guardan un nexo común, la estética del cabaret, sólo que adornado con caricias y puntapiés. Uno de los números que más sorprenden es el tango de los carniceros donde conjugan sangre, pasión y humor negro. La historia de una carnicera que, por qué no, veía en la guerra una forma de negocio, vender la carne humana de los caídos en el frente. Un vecindario que da mucho juego, con vecinas locas, con dientes postizos y bata de boatiné, niños, inventores, jovencitas ligeras de cascos, argentinos con mucha “calma”, pijos, abuelas elegantes,... Un sinfín de personajes que recorren los cuatro pisos de un bloque tan irreal como divertido.


Cada uno de ellos tiene su propio número musical dirigido por Alberto Castrillo-Ferrer. Letras bien compuestas, irónicas y encajadas en esas canciones del compositor parisino de los años 40. No todos los números funcionan igual, unos quedan demasiado pobres y frenan un ritmo imparable en una lista de retazos que componen un lienzo en el que el espectador se deja llevar, carcajea y mueve sus pies al ritmo de la música.


Como maestros de ceremonias nos encontramos con Jorge Usón, irreconocible en el cartel por su pérdida de peso, y Carmen Barrantes. Ella borda su sinfín de personajes, especialmente cómica en la seria argentina del cuarto, y desternillante en los tipos de versiones de ese Pégame, tampoco podemos olvidar a la vecina Lulú que más allá de mirar por la mirilla, se mete en la casa del vecino,… Él, algo más comedido y centrado en las canciones, presta su voz a momentos inolvidables como el pijo del tercero o la abuela elegante. Un interesante trabajo actoral que no puede hacerse sin la energía, prestancia y versatilidad de Barrantes y Usón. Dos bombas atómicas sobre el escenario. Olé por ellos.


Premio Max al Mejor Espectáculo de Teatro Musical en 2010, Cabaré de Caricia y Puntapié no defraudará a su público porque da lo que promete; un espectáculo propio del siglo pasado que acaricia con la mano pero pega patadas con el pie, te enamora visualmente pero te pega con la letra de las canciones en las que no encontrarás un bonito bolero de amor. Eso sí, me quedo con el primer final, el segundo, aunque podría ser una buena guinda del pastel, se queda un poco simplón. Lo que es seguro es que después de ver este Cabaré saldrás con ganas de bailar y cantar, buen humor y comedia a raudales.

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