Olivia y Eugenio, en buena compañía
No hay nada mejor que ver regresar a los escenarios a una de las actrices más grandes de nuestro país y hacerlo en esta obra tiene mucho más significado. Olivia y Eugenio trata el tema del derecho a poder decidir si seguir adelante o no frente a los dolores y sin sabores de una enfermedad. Olivia tiene cáncer pero también tiene una fiel compañía, su hijo con Síndrome de Down, que le hará ver que la vida tiene muchos puntos de vista. Un juego continúo en el que Concha Velasco comparte escenario con un actor espontáneo y delicado.
José Carlos Plaza dirige de nuevo a la Velasco en una historia que pende de un hilo la fragilidad de la actriz, que sigue conservando su fuerza aunque con una luz en la mirada que hace que valore cada vez que pisa el escenario. Una obra que investiga en su interior, imposible identificar al personaje con la actriz, que recientemente ha superado la dura enfermedad que sufre Olivia.
Si hay algo que convierte a esta obra en cálida y dulce es la presencia de Rodrigo Raimondi, y Hugo Aritmendiz en otros casos. Eugenio es un ser que alegra la casa y la escena, aunque a veces peque de insistente. Sin embargo, a lo largo de la función hay algo que no me concuerda. La relación entre ambos es idílica, pero está interpretada con un tenue distanciamiento. Eugenio es demasiado “mongólico”, como dice su madre, quizá así pretendan acentuar más los momentos de lucidez pero realmente creo que está demasiado forzado su retraso. Por otro lado, la manera de hablar de Olivia a su hijo no parece diaria ni rutinaria, algo que podríamos justificar con que hoy para ella es un día demasiado especial como para ser normal.
Hablando de normalidades, la obra hace un repaso extenso sobre un concepto muy inteligente. ¿Quién es normal en esta sociedad? Atendiendo a la lista de anormalidades sociales que enumera Olivia, su hijo es el ser más normal del planeta. Y tanto. Eugenio la querrá siempre, sin condiciones, sin pedirle nada a cambio, sólo el cariño que una madre siente por su hijo. Un amor que se muestra a lo largo de la obra con los juegos continuos que, a pesar de su dolencia y preocupación, Olivia sigue realizando.
En los momentos de soledad, Olivia habla con su pasado, con su difunto marido, con su hijo mayor, monólogos que muestran una cruda realidad y que hacen ver al espectador que no todo es juego en la vida de la protagonista. Soliloquios que Concha Velasco realiza con maestría pero que no están lo suficientemente bien justificados, sobre todo cuando se dirige a su hijo, que evidentemente disimularía el no enterarse al no facilitar respuesta. Entre conversaciones de madre e hijo, destacaría una. “La vida es una continua pérdida”. Triste y cruel pero realista.
Con una escenografía atractiva, rodeada de puertas, la vida de Olivia y Eugenio se precipita hacia un destino trágico a lo largo de toda la obra. Sólo la tranquilidad y despreocupación de Eugenio puede hacer que al final mojen sus pies en la humedad de la arena en vez de en la pomposidad de las nubes. ¿Lo conseguirá?