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Mí, me, conmigo, por mí y por todos mis compañeros

“Un musical con múltiples personalidades”. Así se presenta Mí, me, conmigo. Sobre el escenario, una orquesta de tres mujeres tocan batería, piano y guitarra. Una cama preside la estancia. Estamos en un hospital psiquiátrico. Jesús Sanz-Sebastián es el autor y director de esta comedía que a través de la música intenta acercarse al ser humano, a sus miedos y frustraciones y a sus ganas de vivir por una única razón: el amor.


Asistir a un estreno siempre tiene sus riesgos, aunque no debería ser así. Nada debería estrenarse sin estar lo suficientemente ajustado, ensayado o comprobado. Aún así, pertenezco a este medio, y sé que siempre hay ajustes de última hora que pueden fallar. En Mí, me, conmigo hace falta rodaje. Aún así, nos encontramos con una historia original. El pero está en que los temas clave están tratados con cierto aire de infantilismo. Un musical siempre resulta agradable, ameno, entretenido, pero para siempre hay que tener en cuenta ciertos aspectos técnicos que en esta función parecen brillar por su ausencia. En los tonos más graves las voces de los actores se pierden y los espectadores no logran captar las letras de las canciones en su totalidad. Una pena ya que ambos intérpretes tienen voces limpias y con bastante potencial, y las canciones, con estilos que van desde el jazz al soul pasando por el góspel y el funk, tienen fuerza y son pegadizas.


Mí, me, conmigo cuenta la historia de un enfermo con trastorno de personalidad múltiple y su psiquiatra, la número 48 en tratarlo, que quiere probar con el paciente un tratamiento experimental diseñado por ella misma, “la medicina del amor”, pero que ya ha provocado el suicidio del resto de sus tratados. Está en la cuerda floja, o cura al paciente más antiguo del hospital o pierde su trabajo. Cuatro personalidades que harán que la psiquiatra entre en una vorágine de confusión donde el tratamiento pierda sus posibilidades de eficacia.


Edu Tato es el encargado de dar vida al enfermo, Xavi y a las tres personalidades que lo acompañan. Una anciana lesbiana, un cura fustigador y un niño rebelde. Cierto es que Edu Tato tiene una tarea complicada por delante y aunque sale airoso en su interpretación de Xavi, el resto de personajes le resultan más costosos. En la mayoría de las ocasiones me cuesta distinguir al cura Don Claudio, el niño Pablete lleva una sudadera que estorba a la transformación y, además, sin saber porqué es el único que habla consigo mismo. Más divertida es, sin duda, la moderna Emilia, que con su acento catalán y desparpajo hace sonreír al espectador. Aunque el resultado es eficaz, Edu Tato podría haber arriesgado mucho más en la creación de estos tres personajes. Su compañera de reparto, Allende Blanco, es una de las que provoca que todo este espectáculo tenga un tono infantil, a pesar de la cantidad de tacos que inundan el texto. Su personaje es frágil e inseguro, en ocasiones más loca que el propio enfermo.


Con una escenografía original pero poco controlada por los actores –el mueblecito del baño se rompe a la media hora de la función-, Sanz-Sebastián lleva el mando de un espectáculo que necesita mejorar. La historia entretiene, el final sorprende, tiene muchos aspectos que dan juego, un par de chistes muy buenos, aunque no precisen tanto bombo, (si un chiste hace gracia no lo explotes hasta que deje de hacerla, confórmate con las dos primeras carcajadas), pero necesita un mayor trabajo interpretativo y un enfoque que dé a esta comedía un tono más maduro, menos infantil.

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