Elegy, el delito de amar
En escena, una única silla de hierro. Entra el protagonista. El silencio reina entre el público, se respira el silencio. Andrés Requejo anda hacia la silla. Con una bolsa en la cabeza comienza a hablar. La frase más repetida de la función. “Hacer el bien es un hábito. Hacer el mal es un hábito”. La historia de un refugiado por la homofobia se transforma en un canto a la vida, al amor, a la libertad. Un documental que se inspira en las entrevistas con refugiados iraquíes en Siria del fotoperiodista Bradley Secker y que habla de asesinatos injustificados a través de un poético texto de Douglas Rintoul.
Con unos saltos en el tiempo perfectamente enlazados, Elegy te acompaña en un interesante viaje por la vida de su protagonista con un ritmo suave marcando las pausas para que el público respire, suspire o mire al de al lado para ver que está sintiendo. Desde las anécdotas del colegio hasta su viaje en la parte baja de un camión, la historia de este refugiado es intensa desde el primer momento. Su compañero de viaje, Jota, nos visita a través de sus palabras y, sobre todo, de su cuerpo. Poco a poco lo iremos conociendo y conviviendo con esta extraña pareja de amigos que se besan en la boca.
“¿Por qué abandonaste tu país?”, una pregunta con una respuesta que duele. Duele sobre todo por la falta de entendimiento, por la incomprensión, por el sentirse perseguido sin un motivo real, sólo el querer a alguien de tu mismo sexo, o el estar en la agenda de un acusado de homosexual. Elegy es una obra de teatro que enfrenta al espectador a una cruda realidad, conocida por todos, pero olvidada por la mayoría. Y está contada con mimo, con amor. Con una gran pizca de teatro gestual, Andrés Requejo hace un trabajo admirable. Aunque demasiado neutro en algunas ocasiones, cuenta su historia con distancia, con la amargura contenida del que se resigna a un destino incuestionable: escapar de su país para sobrevivir, el exilio como única escapatoria.
Carlos Alonso Callero dirige esté creativo monólogo donde el espectador visualiza imágenes duras, crueles, que duelen en la imaginación, pero otras tiernas, dulces, de amor y amistad. Con la música constante de David Bueno, este viaje del protagonista a través del tiempo es una pérdida constante, pérdida de identidad y pérdida de la pasión por vivir. El terreno gestual a veces puede despistar al espectador, sobre todo cuando utiliza repeticiones y abusa de las manos para contar y mostrar sus emociones, pero llena de belleza el escenario, una belleza que se consigue con una mezcla extraña de cuerpo, voz y una historia que no puede pasar desapercibida. La historia del protagonista con Jota, un amor en el que no hay fisuras, sólo las piedras que tiran los que no son capaces de comprender que los sentimientos no tienen límites, ni trabas, ni marcas… Nazcas en el país que te haya tocado nacer, todos deberíamos tener el mismo derecho a amar, sin que eso se convierta en un delito. La historia de Elegy parece que nos toca de lejos, pero no hace muchos años personalidades como Lorca fueron brutalmente castigados por el delito de amar.