Luciérnagas, una luz que brilla con mimo
Al ritmo de Daniel Magal y su Cara de gitana comienzan a brillar las Luciérnagas. Y esta canción escucho para escribir esta crítica. Porque Luciérnagas es una obra inspiradora, tratada con mimo desde el minuto uno, que acaricia la nostalgia y la melancolía pero que a su vez está llena de vida y de energía. La vida de dos hermanos huérfanos cambia por completo cuando llega a su casa en pleno amanecer una chica vibrante. Gigi será un soplo de aire fresco que poco a poco se volverá un huracán incontrolable.
Belleza es una de las palabras que me surgen al recordar Luciérnagas. En un primer plano, nos encontramos con una escenografía cuidada y necesaria para crear un clima tan especial como lejano. Recuerda a otro tiempo y evoca un espacio escondido, rural y poco cívico. Ese típico columpio en el que todos los que nos hemos criado en un ambiente rural nos hemos columpiado, esa bicicleta que acompañaba nuestros paseos, las lámparas, el tendedero, las puertas iluminadas,… Todo en su punto y nada fuera de sitio. Una iluminación que acompaña y cuenta por sí misma. Pero todo esto no serviría de nada si la historia escrita por Carolina Román y la interpretación de estos actores no fuese acorde a lo que vemos.
Luciérnagas cuenta la historia de dos hermanos huérfanos, Alex y Julio que viven su día a día con una aparente rutina. Una mañana llama a su puerta Gigi, o Lucía, como queramos llamarla, una aspirante a actriz que atiende a una oferta de trabajo en el hostal del pueblo. Un encuentro que cambiará la vida de los tres personajes. Más allá de esta sinopsis, esta función está cargada de emoción, ternura, sentimientos escondidos y guardados en lo más profundo del cajón,… Julio y Lucía mienten y esconden, se reservan la sinceridad para más adelante, mientras que Alex habla más que piensa. Personajes muy humanos que nos transportan a todo aquello que tenemos escondido, a esa necesidad de amar y ser amado que da miedo.
A nivel interpretativo, Fede Rey interpreta al personaje más vistoso de la obra, ese niño con cuerpo de hombre que es inocente, juguetón y tierno. No por ser vistoso es fácil de interpretar, al contrario. “Cara de pajarito” es una especie de Forrest Gump que siente, padece y se enamora, fiel a los suyos, Rey lo interpreta con sinceridad y honestidad. Aixa Villagrán crece a medida que avanza la obra. Espontánea y cariñosa, desde el primer minuto hay algo en su personaje que muestra que lo que dice no es verdad. Demasiado evidente quizá. Por último, Jaime Reynols es el más inestable del trío. Demasiado neutro en algunos momentos, resuelve con elegancia los momentos de tensión. Muy acertado en su desenlace. Actores que se prestan la energía los unos a los otros, la esencia del compañerismo en escena.
Aunque el final de la obra puede resultar un poco descafeinado, mi enhorabuena a todo el equipo de Luciérnagas por conseguir sin demasiados recursos una obra que emociona y describe lo que es el buen hacer teatral. Luciérnagas nace desde lo pequeño para seguir creciendo día a día y con cada espectador. El brillo de esos pequeños insectos es el brillo que esta obra provoca en el alma de un público que agradece que le pellizquen el corazón.