Confesiones a Alá, rabia e injusticia
No hay nada que exprese más en un actor que su mirada. Con este principio comienza Confesiones a Alá. María Hervás se presenta camuflada de negro por completo, dejando sólo al descubierto esos ojos impactantes, que muestran sufrimiento y dolor. Recorre toda la sala, nos sentimos observados. Así empieza la historia de Jbara Ait Goumbra. O mejor dicho, así termina. Antes de llegar a cubrirse de pies a cabeza tuvo que desnudarse muchas veces. ¿Qué es mejor? Lo que pide, está claro, la libertad.
Tras ese primer choque, Confesiones a Alá no deja de impactarnos. Una niña espabilada, cabezona y espontánea se presenta ante el público. Lo que cuenta está cargado de enfrentamientos y sufrimiento. Una historia que duele porque nos ponen frente a nuestros ojos una realidad que todos conocemos pero que vemos con distancia, desde la lejanía de los kilómetros parece que las cosas no suceden. Pues para todo aquel que piense esto, Confesiones a Alá nos presenta la vida de una niña musulmana que se convierte en mujer en el escenario. Sin censura, sin miramientos, un arañazo en la venda que todos tenemos en los ojos.
Rabia e impotencia. Estos deben ser los sentimientos motores de una María Hervás que, después de sorprendernos en ¿A quién te llevarías a una isla desierta?, nos deja alucinados en esta función. Éxito de crítica y público, nos sumamos a la alabanza a este trabajo bien hecho. Directo, eficaz, cargado de emociones y sentimientos. Confesiones a Alá brilla porque brilla María Hervás. Un acento trabajado con delicadeza, que va haciéndose menos brusco a medida que avanza la obra, a medida que nuestra protagonista crece. Una actitud corporal sin complejos. Ruda cuando tiene que serlo y sensual cuando le toca. Nada se le resiste a Hervás. Lo que hace es muy complicado y es digno de alabar.
Quizá los momentos en los que Jbara se acerca al espectador, le habla de tú a tú, le cuenta sus miedos y sus ilusiones, son los que logran ponerle al público la piel de gallina. “¿Me veis? ¿Por qué allí no me ven?”. Jbara acaricia la mano del espectador, demuestra que está falta de cariño, demuestra que es persona, aunque para muchos sólo sea un trozo de carne al que hay que tapar. También son especialmente tiernas las confesiones a su Dios, cargadas de confusión y falta de entendimiento. Indignación ante lo que no comprende, ante lo que no podemos entender, pero aceptamos… Eso es lo peor, que lo aceptamos como algo imposible de combatir. Aunque Confesiones a Alá no pueda lograr mejorar las condiciones de estas mujeres, no pueda lograr que no lapiden a una mujer por ser violada, sí logrará concienciar a los espectadores de que esto no puede ser normal, no puede verse como algo cultural, porque ante todo estas mujeres son personas.
Dos horas de función en las que el texto puede resultar redundante por momentos pero que logra mantener al espectador en una atención continua. Bravo por este montaje, un éxito más que no defrauda. Una calidad interpretativa de 10 y un texto que choca, duele y conmueve. Pocos espectáculos pueden lograr eso con una puesta en escena tan sencilla, donde todo queda en manos de una actriz prodigiosa.