La mudanza, una marcha obligada
La mudanza que presenciamos en esta sala va más allá de un simple cambio de muebles, cajas y “enreos”, con todos esos bultos se mudan también el alma y la vida de los habitantes de una casa, de sus padres, de sus abuelos y las ilusiones que comparten bajo un techo y cuatro paredes. Joao Mota dirige un texto de los propios intérpretes, Celia Nadal y Javier Manzanera, que lo defienden con absoluta pasión, como si en vez de contar la vida de sus personajes contasen la suya propia y la de sus abuelos.
“El mundo es la casa del que no tiene una propia”, una reflexión positiva que da un aliento de esperanza a todas esas familias que tienen que abandonar su casa de manera obligada. En La Mudanza la historia se repite. Unos padres de familia, con ganas de ser abuelos, abandonan su casa hacia el exilio para poder pagarla. Estamos en 1961. Cincuenta años más tarde, Paco y Emilia abandonan su casa por no poder pagarla. Por cumplir un sueño, se rehipotecan vidas, se rehipotecan luchas, la lucha de unos abuelos en Alemania se pierde por unos nietos que se encuentran con una crisis que no esperaban. Tras la mudanza, lo que quedan son las ganas de seguir adelante. Dos épocas, una misma vida, ¿hemos avanzado? El único avance es que los que ahora se van a Alemania, van con toda una vida de estudios, y quizá no vayan a recoger coles pero sí dicen adiós a la misma familia que los despide con lágrimas en los ojos.
El Teatro del Arte da la bienvenida en esta función a poco público, pero entregado. “Habéis sido un público maravilloso”, nos confiesa Celia Nadal al terminar la función. Y es que ambos intérpretes nos abren las puertas de su casa y de su historia para que les ayudemos a hacer la mudanza. Nos dan cajas llenas de sinceridad, nos corren la cortina para que veamos lo más íntimo de su pareja, sus miedos y preocupaciones.
Es cierto que al comenzar la función no apostaba mucho por la interpretación de los actores pero poco a poco van creciendo a medida que la función entra en su conflicto central. Sin duda, cuando se ganan al espectador por completo es cuando cambian de personaje e interpretan a sus antepasados. Murciana y gallego cerrados. Celia Nadal está brillante en su composición de Mari Carmen, pocas veces unos ojos brillan tan sinceros y Javier Manzanera, por su parte, crea un Emilio tierno y bonachón en su tristeza. Es imposible no empatizar con ellos.
Un texto interesante, con ciertas partes demasiado extensas y redundantes pero que brilla en su positividad sobre un tema que suele ser tratado con dolor e indignación. Frases para recordar, una que me apunto en mi cuaderno de grandes frases: “Llena el depósito, que el mundo está ahí para que le demos la vuelta”. Un tema añadido, el Alzheimer, la obra hubiese resultado igual de efectiva sin tratar esta cuestión pero es cierto que le da más emoción a los personajes. Dos épocas, una misma vida. La Mudanza es una función que el equipo trata con cariño y eso se respira. Recomendaría tratar con más cuidado y limpieza el caos que supone una mudanza y los elementos de los que dispone la sala y hacer menos obvios los nexos entre las épocas pero aún así es una función para recomendar. La Mudanza del alma, la mudanza de la vida.