Historia de un cuadro, viaje en el tiempo
Un jarrón con flores pintado en un lienzo, ¿qué puede tener de malo? En sí mismo, nada. La polémica empieza cuando se mira el revés del mismo. Eva descubriendo a Adán es el título de la pintura que el espectador irá descubriendo poco a poco a lo largo de la fábula de Historia de un cuadro. Escrita y dirigida por Alfonso Zurro, esta historia habla sobre la vida del arte, su contexto y las diferentes maneras de ver una misma obra a lo largo de la historia. Roberto Quintana, José Manuel Seda y Manolo Caro acompañan al lienzo en su trayectoria durante siglos.
La historia de este cuadro comienza en 1936, justo pocos minutos antes de su final. Estamos en la Alemania nazi y hay restos artísticos que hay que destruir. Este lienzo, de autor desconocido, es provocador e insinuante, una ramera, la califican. Arte degenerado es cualquier arte alejado de la razón, esta mujer de pintura y pincel no necesita razón ninguna. Y por eso, hay que destruirla. Ante los ojos del espectador, sólo un jarrón con flores, en su imaginación una diosa de tez oscura con los senos al descubierto.
La historia que compone Zurro es interesante por el alto contenido artístico, sería una obra estupenda para unos estudiantes de historia del arte. En Historia de un cuadro descubriremos las manos por las que ha pasado este cuadro, quien lo pintó, a quién iba destinado, con qué objetivo y porqué vicisitudes tuvo que pasar hasta llegar a Alemania en pleno siglo XX, desde su creación toledana y su origen italiano. El autor, El Greco, la época, 1587.
Todas las personalidades que acompañan a Eva están interpretadas por tres actores de paso escénico. Roberto Quintana le da sentido a la palabra. Su estilo estático es estupendo en el Cardenal Zanonni. Sólo el hecho de verlo en escena es un aprendizaje del buen hacer teatral. José Manuel Seda da vida a El Greco, artista con un punto canalla que reaviva la obra en sus escenas con Manolo Caro, grandiosos cuando comparten escenario. Alabo a estos tres intérpretes que hacen teatro con mayúsculas.
Historia de un cuadro anima al espectador cuando sus personajes principales entran en acción. La introducción es interesante en su desarrollo y en el conjunto total de la función pero carece de empatía en el espectador. Las transiciones, resueltas de la manera más sencilla, con oscuros, llegan a cansar al público y provoca que la obra se dilate en el tiempo sin ninguna necesidad. El final, algo descafeinado, podría haber sucedido cuando los aplausos del público lo pidieron y alguna escena podría haberse suprimido para que quedase una función más desahogada. Una historia para disfrutar, un cuadro que sólo se ve en la imaginación del espectador y una acción con marcha atrás que va descubriendo los entresijos de una obra de arte. La pena, que la fábula sea inventada, sería estupendo poder saber porque manos han pasado los cuadros más históricos, que estancias han ocupado, cómo se crearon… pero esto es teatro y no historia, así que nos quedaremos con la imaginación y el arte del que sabe crear arte.