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Un poema para silbarlo, un Lorca desconcertante

Todos aquellos que amamos a Lorca deseamos verlo en escena desde el amor y las ganas de recordarlo. En Un poema para silbarlo nos encontramos con un homenaje a la figura del granadino, a sus obras teatrales, a su manera de entender el teatro y el arte. El público, Bodas de Sangre y La casa de Bernarda Alba son las piezas que podemos contemplar en La Usina. Dirigidos por Rodrigo Adrados sobre un texto de Carmen Barquilla, el reparto de actores realiza un trabajo interesante, frágil y preciso.


El Autor, un personaje más, inspirado (o siendo él mismo) en Lorca, compone un entramado de escenas lorquianas aportando los diferentes estilos del mismo. Sobre el escenario, aparecerán La Novia, Leonardo y La Madre de Bodas de Sangre, La Poncia, la Criada, Martirio y Adela de La Casa de Bernarda Alba y dos personajes sin nombre de El Público. Comenzar el texto con la obra de El Público, la historia más complicada de llevar a escena y surrealista de Lorca, es todo un riesgo. La compañía Teatro al Punto se muestra inestable en este inicio que se encamina de manera prodigiosa cuando los personajes de Bodas de Sangre entran en acción. Escenas trágicas, otras míticas, se entrelazan con conversaciones paralelas de los personajes, todo un acierto ya que podemos oír hablar a los personajes más allá de las palabras de Lorca, ¿qué pensarán de todo lo que les está ocurriendo? Divertidísimo el momento de Pepe el Romano quejándose de que no aparece en escena, muy cómico rescatar a este personaje, siempre latente en La Casa de Bernarda Alba. Sobre todo esto, vemos el ejercicio de creación del Autor, siempre presente, observando y manejando a los personajes a su antojo.


Un poema para silbarlo desconcierta al espectador. Cuando Lorca ya se ha apoderado de la escena por completo, un actor se rebela. Un silencio eterno en el que el público no sabe que está sucediendo. Tras esto, una queja. “No quiero seguir con esto” y los ojos como platos entre el público y el resto del reparto. Una situación que da pie a hablar, entre muchas otras cosas, de la verdad en el escenario, del teatro que se hace actualmente y una crítica ferviente a la situación laboral de jóvenes actores como los que allí nos encontrábamos. Este experimento, este juego con el espectador, ya que podría reaccionar yéndose de la sala, resulta más o menos creíble en la interpretación de los actores. Ellas, se muestran asombradas, pero Javier Prieto, el único actor en escena, peca de interpretar, no cambia de registro ni abandona su papel de actor para ser persona, algo muy complicado pero es lo que pide la situación que ellos mismos han creado. Con todo y con eso, consigue crear en el espectador una sensación pocas veces vivida que, incluso por momentos, puedes llegar a creerte.


Música y voz en directo, danza y, sobre todo, una interpretación solvente entre las que destacan la propia autora, Carmen Barquillo, especialmente creíble en su experimento teatral, y Leticia Texidor, fuerza contenida y rabia en el corazón. Prieto, como figura masculina, no acaba de encontrar su sitio pero está tremendamente tierno al recitar el Poema de amor oscuro de Lorca. Laura Moreno necesita encontrar el tono de sus compañeros. Con sus aciertos y errores, la conjunción Barquillo-Adrados ha sabido crear un poema inédito con los versos de Lorca que da ganas de silbar como una queja hacía lo impostado.


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