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Las amistades peligrosas, miriñaques y guitarras eléctricas

Batería, guitarras eléctricas, micrófonos y panderetas. La pincelada contemporánea a un texto de Choderlos de Laclos ambientado en pleno siglo XVIII. Pelucas, tez blanca, coloretes y miriñaques. El lado clásico de un adaptación más que polémica, sobre todo cuando nos encontramos al Vizconde Valmont abusando de la niña Cecile y nos escandalizamos el verla en bragas y corsé, de niña a mujer. Dirigido por Dario Facal, Las amistades peligrosas juega siempre alrededor de una fina cuerda entre lo correcto y el escándalo.


Carmen Conesa y Edu Soto encabezan este reparto con unos personajes que, aburridos de su vida tediosa, buscan su diversión a través del sexo y la burla hacia el prójimo. La Marquesa de Merteuil tiene un objetivo claro, lo dice ella misma, “vengar a mi sexo y dominar al suyo”. Él es un Don Juan libertino, cruel y perverso. Su diversión desencadenará un trágico final.


Las amistades peligrosas de Facal es un montaje atractivo, contemporáneo y seductor pero detrás de esa primera impresión nos encontramos con el sexo fácil, la exhibición femenina y el ruido estruendoso e ininteligible. Una obra de teatro epistolar en la que las cartas que se remiten los personajes nos abrirán sus corazones y nos descubrirán sus malas intenciones a ritmo de rock and roll.


Escandalizar. Ese es un verbo que gusta mucho en teatro pero que a veces puede provocar repulsión y rechazo. La época del destape ya pasó y no creo que sea moderno enseñar los pechos de las actrices injustificadamente ni practicar posturas del kamasutra con una actriz de dieciocho años que aparenta ser una niña. Iria del Río se veía incómoda en su media hora a senos descubiertos y la actriz que figuraba como prostituta también. Tampoco era cómodo ver a Lucía Díez en braguitas y corsé. Había muchas maneras de contar esta historia y, en ese terreno, se ha elegido la peor opción y, todo sea dicho, la menos contemporánea. Esa época ya pasó.


A nivel interpretativo, el reparto defiende con solvencia sus respectivos trabajos. Carmen Conesa y Edu Soto poseen una presencia escénica indudable pero sus personajes carecen de evolución a lo largo de los cien minutos de la obra. Conesa es vespertina y una serpiente en el escenario, su frase “Si el mundo quiere vencerme, soy yo quien vence al mundo” es toda una declaración de intenciones. Soto, por su parte, un tanto excéntrico en comparación con el resto del reparto, atrae todas las miradas con su aire canalla y socarrón, aunque resulta difícil enamorarse de él. Lo tiene que conseguir Iria del Río, la más cinematográfica de todos, que compone un personaje débil y apenado, con una dulzura especial, que es víctima de todos, demasiado incrédula para resultar creíble. Mariano Estudillo promete, muy cómico en su canción inicial. Realmente aplaudo el trabajo del elenco, sus personajes son demasiado planos y aún así conquistan a los espectadores y consiguen que sufran y disfruten de sus desgracias y alegrías. Me hubiese encantado ver también el Valmont de Cristóbal Suárez, estupendo en Misántropo y seguro que en este montaje también.


La selección musical, dirigidos por el joven Estudillo, es intrigante y espectacular. Me choca tanto balbuceo pero va totalmente acorde con el tono de la obra. Muy interesantes también todos los efectos sonoros que los actores realizan en escena, la percusión para el sexo, la guitarra para los momentos de engaño y tensión,… La utilización del vestuario es realmente eficaz, clásico y contemporáneo al mismo tiempo.


Las amistades peligrosas se han rodeado de temas peligrosos como si quisiesen jugar con el título de la obra. Facal ha jugado con fuego y se ha quemado. Por último, sólo una apreciación, espero que Estudillo no rompa una cuerda de su guitarra por función ya que sería una exposición de grandeza innecesaria.


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