El malestar que insiste, todo queda en familia
En El malestar que insiste entramos a casa de una familia de clase media madrileña, una familia desestructurada que nos abre las puertas de una vida marcada por el miedo, la sobreprotección y la ausencia paterna. Eduardo Recabarren escribe y dirige este texto que se precipita hacia un desenlace trágico que, aunque la acción tarda en llegar, nos evidencia que la vida es el aquí y ahora.
El malestar empieza siendo una comedía con tintes dramáticos pero hay algo en la atmósfera que nos dice que esa risa medio de tapadillo nos va a estallar en la cara, que la vida de esta familia no va a acabar bien. Una vida rutinaria. La madre hace la compra, la comida, el hijo escucha música o se encierra en su cuarto con el ordenador,… Se nos presenta una conversación madre e hijo de lo más típica. Una madre protectora que insta a su hijo a no comer nada que no esté hecho por ella y un hijo que no quiere estudiar y que va de entrevista de trabajo en entrevista de trabajo sin ninguna gana de ser el seleccionado. Sobre esta relación sobrevuelan muchas culpas, miedos, añoranzas y secretos.
La dramaturgia de esta obra está construida con torpeza. En toda la introducción aparentemente no pasa nada, los problemas son cotidianos y no provocan ninguna alteración en la vida de los personajes. Una presentación muy amplia que ocupa más de la mitad de la obra. El nudo llega tras un monólogo de desolación y el desenlace aparece sin que apenas nos demos cuenta. El principal fallo está en que el problema central de la obra nos llega muy tarde y ya estábamos preocupados por otros aspectos. El efecto sorpresa que podría despertar se pierde con un desenlace vacío. Sin embargo, pese a que esto pueda parecer negativo, El malestar que insiste nos ofrece una obra inquietante donde la rutina se convierte en teatro y, donde los miedos y secretos de los protagonistas se vislumbran delante de los demás sin que ellos se den cuenta. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Esta rutina teatral está muy favorecida por la interpretación de una madre, a la que da vida Laura Cepeda, tan real como estresante, y un hijo, Víctor Martínez, que desata todo su potencial en su Single Ladies. Cepeda brilla en su monólogo aunque despista el que su mirada vaya a veces dirigida directamente al espectador. A esta familia le acompaña una tía, la tía Clara, interpretada por Camino Texeira, agorafóbica, agresiva ante la negación y con el “alma negra”. Texeira borda este papel donde puede lucirse ante el silencio y la palabra. Las miradas se clavan en su delgada figura y en sus manos llenas de expresividad. El reparto lo completa Rodrigo Poisson que, aunque con escasa intervención, acompaña a la historia con un tenue halo de inocencia y cobardía.
Ser la cuarta pared del teatro siempre es una delicia pero en El malestar que insiste el espectador se siente voyeur, entramos en esta casa sin que nos hayan abierto la puerta, casi somos parte de esta famila, una familia que bajo la apariencia de normalidad va cargando su alma de un malestar que les insiste en tropezar cada día.