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Como si pasara un tren, la vida hay que vivirla

Vida, realidad y humanidad es lo que refleja Como si pasara un tren. Dirigida por Adriana Roffi sobre un texto de Lorena Romanín, es una historia donde los miedos y las ilusiones se confrontan para crear una atmósfera de lucha en el que sí o sí hay que ceder. Con una dirección de actores magistral, Roffi deja que las cosas pasen en escena, casi sin buscarlas, así es la vida.


Susana es una madre sobreprotectora que tiene un hijo con un cierto retraso mental. Le tiene miedo a las cosas más insignificantes aunque su único miedo es que su hijo sufra. El clima aparentemente perfecto entre madre e hijo se rompe cuando aparece en escena la sobrina de Susana, Valeria, que llenará la luz una casa repleta de sombras.


Hay algo en esta historia que llega al espectador, que le emociona y creo que parte de la manera de contarla y de la forma que tienen los personajes de transitar por ella, de cómo los actores se acercan al corazón de sus personajes para darles vida. La fábula podría ser una de tantas, dos personajes en conflicto que consiguen evolucionar en sus vidas y en sus relaciones gracias a un tercero, pero esta historia va más allá. Cargada de comicidad, se percibe el olor de la juventud y el miedo y el sufrimiento de los adultos. Juan y Valeria tienen ganas de vivir, de sentir la vida, de respirar el aire que deja la estela de un tren, no quieren verlo pasar, quieren subirse a él. Madre e hijo se conocerán realmente gracias a la energía de Valeria.


Adriana Roffi ha sabido conjugar con buen resultado la comedia con el drama y eso lo consigue sobre todo por una dirección de actores maravillosa. Aplaudo a María Morales, consigue que la relación con su hijo sea cómica, convirtiéndose a veces ella en una niña pero emociona casi sin pretenderlo, increíble su reacción al ver a su hijo divertirse cómo nunca antes lo había hecho cantando Resistiré del Dúo Dinámico junto a su prima, una canción que suena ya repetitiva, sobre todo después de la gala de los Goya, pero que no puede tener más significado. Carlos Guerrero le da verdad a Juan y Marina Salas llena de luz el escenario. Juntos crean un tándem mágico fluyendo el uno con el otro.


Sin embargo, hay dos decisiones de dirección que me chirrían: cómo se muestra el paso del tiempo y que el teléfono no suene. Estamos ante una manera de interpretar tan real que no te puedes permitir que los personajes digan algo así como “Coge el teléfono, ¿no lo oyes?” y que no esté sonando nada. Por otro lado, en cuanto al paso del tiempo, se expande como una gota de agua que choca contra el suelo. Los personajes comen y cenan con tan sólo diez minutos de diferencia. Es evidente que en el teatro, pueden pasar veinte años en dos horas, pero algo tiene que pasar para que se sepa, no darlo por hecho.


Pero a pesar de eso, Como si pasara un tren es una obra muy conseguida que se merece el ritmo ascendente que está consiguiendo en su trayectoria, sobre todo porque deja en el espectador un halo de esperanza, de que todos podemos cambiar a mejor y conseguir, aunque sea por un momento, que nuestros sueños se hagan realidad.


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