El lenguaje de sus ojos, la princesa traicionada
Con una escenografía apabullante diseñada por Ricardo Sánchez Cuerda, El lenguaje de sus ojos es una versión de El Príncipe Travestido de Pierre de Marivaux que corre a cargo de Amelia Ochandiano, quién también se encarga de la dirección. Un texto sobre la amistad, el odio, los celos y el amor. Como si de una obra del Siglo de Oro español se tratase, los personajes ocupan su posición de galanes, damas y criados para proponer una comedia de enredos en la que, sin pretenderlo, prima la lentitud cuando podríamos habernos encontrado con una comedia ligera para todos los públicos.
El escenario está presidido por decenas de cuernos. La traición se impone desde el principio, incluso los bancos y taburetes donde se acomodan los personajes están hechos con cuernos de ciervos. La escena inicial es una introducción de libro, presentándonos a todos los personajes en la conversación entre las dos damas. A continuación el enredo y las mentiras comienzan sin pausa aunque se deslizan en el tiempo sin ninguna prisa; Ochandiano se permite el lujo de introducir coreografías, divertidas a la par de innecesarias, y cerrar el telón cuando el punto álgido de la obra estaba en escena. Todo eso contando con que la función llega casi a las dos horas de duración y no tiene un ritmo frenético que digamos. Así que Ochandiano peca de la recreación en torno a una estética atractiva y a unos personajes que revolotean sobre el escenario.
El lenguaje de sus ojos habla de la capacidad de comunicar sin palabras aunque a veces el enredo es tal que ni siquiera las palabras te permiten ver la realidad. La Princesa de Barcelona, enamorada de un desconocido, es traicionada por todos por temor a confesar una verdad dolorosa. ¿No le dijeron los ojos de su amiga que la estaba engañando? La obra tiene algunos puntos cómicos que divertirán al espectador –esa lucha de ciervos es una idea genial aunque mal desarrollada- pero, a nivel general, falta vida en escena.
Cristina Castaño defiende un personaje que cree en el poder de la mirada aunque a veces no quiera ver. Elegante, histriónica a veces –marca de la casa- se desenvuelve con soltura en este tipo de papeles, y se emociona con sinceridad. Nos quedamos con las ganas de escucharla cantar sin ópera de fondo ya que la pincelada que nos pinta suena muy dulce. A su lado, nos encontramos con una serie de actores reconocidos pero que no están en su mejor momento. Itziar Atienza y Juan Gea están correctos, aunque estoy seguro de que podían haber dado mucho más de sí. Mariola Fuentes, adoro a esta mujer, está cómica pero le falta chispa y un desarrollo mayor de su personaje. En Juanjo Cucalón debería recaer el ritmo de la obra, los criados tienen que dar vida a este tipo de funciones y Cucalón está lento y con poco espíritu. Por último, ansío mayor control corporal en Iker Lastra. Vocalmente también desentona en varios momentos. Tiene porte y podría ser un galán interesante pero no puedes dar saltos por el escenario sin motivo ni tirar las copas por no haberlas tenido en cuenta en tu movimiento.
Por otro lado, la propuesta espacial despista al espectador porque intuyo que no está del todo acordada con los actores. Desde fuera se ve lo que pasa dentro, pero desde dentro no se ve lo que pasa fuera. Además, las paredes invisibles a veces se traspasan y se rompe con la magia creada para el espectador. En fin, una obra comercial que puede entretener al público pero que podía dar mucho más de sí.