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Manténgase a la espera, odio a mi compañía telefónica

Teléfonos rojos colgando, tres cubos blancos sobre el suelo. Una obra que destila frescura, humor y surrealismo. Los absurdos abarcan en este texto el tema de las compañías telefónicas. Llevando al extremo las conversaciones de los clientes con esos operadores con acento sudamericano que pretenden fidelidad absoluta, Alfonso Mendiguchía escribe, dirige e interpreta esta comedía donde saldrás con ganas de tirar el teléfono móvil al suelo.


Una pareja, un cantante de jazz. La pareja cuenta su historia a un teléfono y así nos enteramos de que él es la mujer y ella el hombre de la relación, nos enteramos de cómo se conocieron, de sus viajes y de su día a día, de que él odia las cucarachas y de ella no quiere tener hijos. Al otro lado del teléfono, su compañía telefónica escucha y le insiste en que el estar muerto no es un motivo para darse de baja.


Manténgase a la espera muestra una historia divertida, una primera parte donde mantiene al público entregado y una segunda parte donde la autocrítica es la mejor crítica que uno puede hacerse. Pero al final todo llega a buen puerto, las piezas del puzle se unen y todo vuelve a tener sentido, aunque por el camino se hayan visto forzados a incluir una versión de Lo más vital de El libro de la selva nada acertada –hubiese preferido mil veces una canción propia-, hablar de Adán y Eva, de la creación,… desviando demasiado la atención del espectador hacia la clave del espectáculo. Pero, a pesar de estos fallos reconocidos por el propio autor, lo que el público se lleva a casa es una obra con una dirección notable, un manejo interpretativo resolutivo y una energía sobresaliente.


Sobre el escenario nos encontramos con el propio director, Alfonso Mendiguchía, que interpreta en el punto exacto de la sobreactuación, Patricia Estremera, que aunque su voz nos pueda resultar estridente en un principio, al final se lleva al público de calle. Ambos forman una pareja muy cómica y con una brillante compenetración, fluyen hacia el espectáculo y dejan sus egos a un lado. Como tercero en discordia, a Jorge Gonzalo le pesa el no tener un personaje claro hasta el final de la obra, aunque está excepcional en su monólogo en argentino y tiene un punto cómico intrínseco cada vez que sale a cantar. La escena en la que podemos ver a los tres intérpretes en acción es una delicia de risa y chispa para el espectador.


Para concluir tengo que decir que alabo el que el público no note en ningún momento que Mendiguchía se encarga de la dirección ya que en más de una ocasión he podido ver cómo el director se olvida de su faceta actoral para inclinarse hacia la dirección y cuando le toca actuar ya es demasiado tarde. Mendiguchía es uno más y seguro que se ha dejado aconsejar por sus compañeros de escena. Como telón final, enhorabuena por esos saludos bien montados. Cierto día, una profesora mía me dijo que ahí se ve si un espectáculo está cerrado o no. Los flashback son geniales.


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