Trágala, trágala, un poco de historia, caballero
El Teatro Español sorprende con este montaje histórico donde la fiesta está servida, la energía y, sobre todo, el reírse de uno mismo como principal terapia psicológica hacia lo cruel y villano de nuestra existencia. Fernando VII se revuelve en su tumba ante una España corrupta, sin Inquisición, donde los hombres se pueden casar con los hombres, las mujeres con las mujeres y una periodista con el rey de España. Iñigo Ramírez de Haro escribe este sainete acompañándose de dos grandes para llevarlo a escena, Juan Ramos Toro de Yllana y la música de Ron LaLá.
Trágala, trágala da miedo al principio. Una especie de musical protesta con textos en francés criticando a latigazos a los españoles se abre paso sobre el escenario. ¿Qué es esto? Pensamos la mayoría de los espectadores. Suerte que las tablas del Teatro Español se rompen con brusquedad para recibir, de su letargo de muerte, al peor rey de España, Fernando VII. Quiere enmendar la imagen que los españoles y nuestra Historia tenemos de él, aunque lo que se encuentra no es mucho mejor. A partir de este momento, la función mezclará los avatares de su monarquía absolutista desde que él era un niño hasta su muerte, con el ascenso al trono de su hija Isabel II, con el momento presente. ¿Cómo conseguirá Fernando VII que España lo quiera? Caso imposible si encima nos cuenta todo lo que hizo en vida. Fernando VII pretenderá defender lo indefendible.
Sin duda, este espectáculo destila ganas de pasárselo bien. Puede parecer una farsa con tintes carnavalescos, un desprecio a la cultura elitista que nunca contaría esta historia de esta manera… pero yo les aplaudo. Hay que reírse de la historia para poder entenderla y, sobre todo, para criticarla. La crítica inteligente está camuflada en forma de sainete. En torno a este eje, Trágala, trágala nos ofrece una serie de vicisitudes contada de una forma muy personal, donde el sexo, la venganza, el egoísmo, la cobardía y el miedo a la guillotina son parte protagonista. Crítica a todos los poderes políticos, de antes y de ahora, incluso pinta más revolucionario si cabe a Pablo Iglesias, interpretado por Jorge Machín. Sin duda dos grandes protagonistas son la Reina María Luisa, interpretada con fantástico humor por Balbino Lacosta, y esa reportera de “guerra”, a la que da vida Ana Cerdeiriña, que se convertirá, gratamente elegida, en reina de todos los españoles, aunque tenga que venderse al mejor postor.
En esta fiesta, el maestro de ceremonias es el gran Fernando Albizu. Su Fernando VII está compuesto con absoluta maestría. Esa pierna coja, esa borrachera casi peremne, esa manera de imponerse al hablar,… Casi una máscara, una caricatura de los cuadros que Goya pintaba para el disfrute de la corte. Autodefinido como “el mito de España”, Albizu destila profesionalidad y disfrute sobre el escenario. El resto del reparto está entregado a la causa y completan una obra de elenco donde todos trabajan a favor del cuadro pintado por Ramos Toro.
Sin duda, uno de los puntos fuertes de la función son las composiciones musicales de Ron Lalá. Originales, divertidas, cómicas, propias del Carnaval en algunas ocasiones, destaco sobre todo ese “Trágala, perro”, original de la época, y la balada triste con toques flamencos que emociona en solitario a cargo de Paula Iwasaki.