La velocidad del otoño, el dolor de envejecer
“La vejez es un reality show lleno de sorpresas”, así define Alejandra, la protagonista de La velocidad del otoño, la cuarta edad del hombre. Esta obra firmada por Eric Coble y por Bernabé Rico en la adaptación es una reflexión textual sobre ese momento de la vida en el que ya no somos los que éramos, en el que nuestro cuerpo no responde a nuestros impulsos y en el que dar un simple paseo es un mundo. Esperanza Alipe da vida a esta anciana que se atrinchera en su casa de siempre para poder vivir o morir en paz. Venci Kostov se encarga de la dirección.
Alejandra se hunde en su sillón recordando momentos felices. A su lado, botellas de cristal llenas de líquido de revelado inflamable. La llama de un mechero puede hacer volar por los aires el bloque de pisos donde vive. Atrincherada en su propia casa, no quiere que sus hijos la envíen a una residencia. La llegada del más pequeño de sus hijos, al que hace tiempo que no veía, hará que se desahoguen y se comprendan mutuamente.
La velocidad del otoño es una reflexión sobre la vejez y el valor de la libertad. Más allá de una obra teatral repleta de acción, la dirección de Kostov se centra en destacar –quizá demasiado evidente hacerlo con iluminación y música- un texto precioso, metafórico, a ratos poético, a ratos tan real como la vida misma, lo que provoca una cierta lentitud y falta de evolución en la hora y media de función. Sin embargo, el texto mantiene atento al espectador y consigue que cobre vida sobre el escenario. Tanto Alejandra como Cristobal se confiesan el uno al otro, se sinceran, declaran sus miedos, inquietudes y vidas frustradas. Ella quiere vivir sola, con libertad, ajena a las intenciones de sus hijos de meterla en una residencia de ancianos. A él le gustaría haber cumplido sus expectativas con cuarenta años. Pero no es así, y este encuentro provocará que, por fin, logre hacer lo que los impulsos de su corazón le ordenen.
Esperanza Elipe es Alejandra. Javier Martín, Cristobal. Elipe compone una anciana que ha dedicado su vida a la pintura pero que está marchita por fuera. A nivel textual, Alejandra es mayor de lo que la actriz puede representar, y sus problemas corporales no son creíbles en el cuerpo de Elipe, necesitamos que se mueva peor, por lo que cuenta sería imposible que moviese un sillón o que haya sido capaz de mover los muebles del salón para atrincherarse. Aún así, la composición que Esperanza Elipe hace de su personaje es notable, realizando un trabajo interpretativo bastante mayor del que nos tiene acostumbrados en televisión. Más interno, más de corazón, más personal, capaz de plasmar esa mirada marchita, triste y dolorida. Es cierto que la obra destaca sobre todo el personaje de Esperanza Elipe pero Javier Martin logra acaparar la atención en más de una ocasión. Sin embargo, todavía lo veo demasiado encorsetado en un personaje dramático. Por cierto, la patada que da al ventanal no resulta nada creíble, ni su posterior dolor.
Con escenografía y vestuario otoñal, pintando el drama con pinceladas de humor, La velocidad del otoño es una obra de amor al ser vivo, desde que nace hasta que muere. El mundo de los viejos no es menos interesante que el de la juventud acelerada. Merece la pena reivindicar este tipo de obras que te hacen sentir más humano.