Un hueco, mirando a través de la mirilla
Un hueco es el vacío que deja la muerte de un ser querido, un hueco es la ausencia del amigo que se aleja, un hueco es la rutina del día a día, constante, inerte,… la consciencia del saber que nada cambiará. Hasta que cambia. La compañía La Mirilla ha elegido una sala en un estudio de pintura para llevar a cabo la representación de esta historia de origen argentino, pero adaptada con propiedad a nuestra tierra. El reparto y dirección sumerge al espectador en la historia como observador de la vida.
Voces en la oscuridad, tan sólo podemos ver la cara de los actores por un instante, el segundo de encender el mechero para prender un cigarrillo. Intriga, ¿qué pasará? ¿Será una obra donde el oído es el protagonista? De repente, se hace la luz. Y nos encontramos con una historia de hombres protagonizada por tres amigos rozando los cuarenta. Tres amigos, Hugo, Pablo y Lucas, que están en un tanatorio improvisado del cuarto amigo de la pandilla. Tras la muerte, queda el silencio. Silencios que están muy bien orquestados en esta obra.
Siempre digo que cuando en una obra de teatro siento un escalofrío es que estoy ante una obra de arte, la compañía La Mirilla lo ha conseguido. Y lo hace con un montaje sencillo en su superficie pero con un entramado interno muy interesante. El texto es una auténtica maravilla, mantiene al público siempre expectante, atento a todo lo que dicen los protagonistas. La manera en la que se van dando la información, como los personajes hablan, se suceden conversaciones en la que fluyen los datos entre ellos sin necesidad de que el espectador los conozca. Ya habrá tiempo para eso.
El drama de la rutina es implacable, sobre todo si se vive en un pueblo, donde las posibilidades de romper con ella son escasas. En esta historia hay más personajes, todos los latentes que lloran sin pena frente al ataúd de Santi, el cuarto amigo. “40.000 habitantes y una solo oreja”, la oreja que se entera de todo y no te deja vivir. A nivel de dirección, destacaría del trabajo de Pablo Osuna las partes en las que decide que el espectador no vea lo que está pasando, la mencionada oscuridad, la escena de la ducha en el aseo,... y el buen trabajo que realiza con los actores, un trabajo de elenco, de equipo, en el que nadie busca destacar, sino crear una historia que llegue al espectador. Sin embargo, a lo largo de la historia creo que el grupo se olvida de donde está y veo inverosimil que nadie entre en esa habitación para ver qué está pasando.
Los que ahogan sus penas entre ginebra y sándwich de chopped son Jesús Gago, José Gómez y Alejandro de Santos. Los tres realizan un trabajo intenso donde destaco sobre todo la interpretación de Jesús Gago como el amigo que más guarda las apariencias, las maneras. Estoy seguro que detrás de esa imagen de triunfador en la capital que sus amigos tienen de él, también guarda una vida vacía y rutinaria.
Un drama intrigante, basado en un texto potente, con dosis de humor pero con una atmósfera de tristeza y sueños frustrados que deja al espectador con un mensaje claro. Vive el momento y quiere a tus seres queridos. Me quedo con una frase que ejemplifica eficazmente todo esto, “haces planes para el sábado y te mueres el viernes”.