Cinco mujeres que comen tortilla, hermanas y "viudas"
Al entrar en el Teatro Alfil, entramos en 1956. Norteamérica en plena Guerra Fría. Cinco mujeres nos dan la bienvenida, aunque no nos den tortilla. Nos colocan un nombre -a mí me tocó Tania-, y nos llaman hermana. La entrada es original y crea un ambiente cálido, de energía y alegría. Mientras comienza la obra veo como una de las actrices se entusiasma con una canción, casi sin que nadie la vea. Ya me tiene ganado. La obra, éxito en el Off de Broadway llega al Teatro Alfil de la mano de la directora Chos. Cinco mujeres que comen tortilla promete mucho y aunque en la superficie pueda parecer una comedia tonta tiene un fondo bastante contundente, aunque hay que escarbar para encontrarlo.
Ha llegado el gran día. El almuerzo de tortillas. La Hermandad de Susan B. Anthony se reúne para probar sus mejores tortillas. Setenta y una personas en el teatro. Todas menos una han hecho su tortilla. Y ha llegado la hora de probarlas. Parece un día feliz, aunque en el exterior el país esté inmerso en una guerra. Por eso, las cinco mujeres que comen tortilla se reúnen en un bunker. Una obra que retrata con humor la sociedad represiva de la época y el papel que la mujer tenía en la sociedad, más interesada en preparar deliciosas tortillas que en tratar el problema político de la Norteamérica de los cincuenta. Sus peinados, sus vestidos y su manera de moverse lo dice todo.
El montaje es dinámico. Tiene un inicio potente aunque promete más de lo que da. El trascurso de la obra está tratado con un poco de frialdad, más centrado en la comedia que en el trasfondo de la misma. El acontecimiento que modifica la trayectoria vital de las protagonistas, que las obligará a estar cuatro años encerradas, les incita a desvelar sus secretos más íntimos, que apenas sorprenden al espectador. El de la “madre superiora” sí es un buen culmen para ese momento de confidencias. Secretos desvelados que son tratados con comicidad y que logran que el público también se sumerja como auténticos miembros de la hermandad. No hay viudas, no hay carne, no hay hombres, ni se les espera. Solo tortillas.
El elenco de este montaje ha trabajado muy bien el sentido el ritmo y compacta con viveza, aunque no logramos definir a las cinco de una manera clara. No son esas Spice Girls de los años cincuenta. Como ya he dicho, desde el minuto uno, Cristina Gallego me ganó. Su personaje es el más llamativo ya que durante toda la función es la víctima de todas las burlas y discriminaciones. Espectacular cuando se come la tortilla cual animal hambriento. Por otro lado, Marta Flich es una Victoria Beckam que nunca deja de sorprenderte, destaca sobre todo en su monólogo. Celia de Molina siempre viva en el escenario. Julia de Castro, demasiado joven para el papel que ocupa, aunque es una gran líder en las canciones. Por último, Almudena León peca de poca fuerza a veces, aunque está genial en el momento final.
Cinco mujeres que comen tortilla destila energía, ganas y buen humor. Sin embargo, se queda a medias en algunos momentos, sobre todo porque el final es un poco forzado a nivel textual. A pesar de esto, y sobre todo gracias a la dirección de Chos, consigue que el público se sumerja en el mundo que proponen y se va a casa con buen sabor de boca, aunque sin probar la tortilla.