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Pingüinas, moteras, cervantinas, mujeres

Pingüinas habla de la libertad, habla de la mujer, del sexo, del aborto, de Cervantes, de héroes, de heroínas, del Quijote, de la televisión,… Habla con fuerza, con arrojo, con energía, sin censura,… Habla de todo esto y no habla de nada porque el espectador se va con una sensación de no haber entendido nada, no se lleva ninguna idea a casa, se queda plano, blanco y esa es una sensación que va en contra de la idea básica del teatro: transmitir. Este nuevo texto de Fernando Arrabal dirigido por Juan Carlos de la Fuente aborda la idea del Quijote y de las mujeres cervantinas con un punto de vista demasiado alegórico, muy de ritual que podría ser fantástico si se centrase más en la idea y menos en la forma.


Con una introducción muy de musical, al ritmo de Happy de Pharrell Williams, las pingüinas entran con garra, pisando fuerte, nos ordenan seguir el ritmo de la canción. El público tiene ganas de disfrutar esta obra. La escenografía es impactante, los efectos audiovisuales la acompañan, la iluminación es magnífica y a nivel visual y estético todo funciona de maravilla. El problema está cuando intentas verle la funcionalidad y el sentido a todo. En Pingüinas todo vale, motos, gallinas, un hombre volando por los aires,… Todo tiene un efecto visual impactante pero le falta el sentido y, sobre todo, llevarlo a sus últimas consecuencias. Por ejemplo, si tienes a un hombre, Miguel Cazorla, volando, ¿por qué no hace acrobacias y así el impacto es doble? ¿Por qué tienes a diez gallinas y a un gallo todo el tiempo encerradas en el escenario sólo para darles una vuelta durante un instante de la función? Aires de grandeza que serían geniales si estuviesen justificados. Pero no es el caso. Una pena.


Diez actrices sobre el escenario. Tres protagonistas y siete de coro. Diez pingüinas. Durante las proyecciones parece que todas van a tener su momento pero solamente podemos distinguir a cinco, a la abuela, la hermana monja, la sobrina carnal, la madre y la “hija natural”, el resto son meras espectadoras de una función que va sin freno hasta un acantilado de luces y fuego. El peso de la función lo llevan Ana Torrent, María Hervás y Marta Poveda. Las tres son grandes actrices que afrontan este reto con valentía y energía pero del que es imposible que salgan bien paradas. María Hervás, que lleva el poco peso cómico que se le puede encontrar a esta obra, se pierde entre una andaluza del siglo XVI y su personaje de Confesiones a Alá. No entiendo bajo que razonamiento se ha tomado esta decisión. Estoy seguro de que no es falta de adecuación al montaje de la actriz. Por otro lado, me alegra verle en esta función, un salto a nivel profesional aunque no de calidad. Sinceramente no tengo nada que echarle en cara a Ana Torrent y a Marta Poveda, lo han hecho lo mejor que se podía hacer. Por su parte, Sara Moraleda es una pantera.


En cuanto al coro, el requisito principal que pedían en el casting era que supiesen montar en moto. Las nociones de cuerpo y danza deberían ser más importantes, fundamental para este montaje. Las siete se desenvuelven con soltura y tienen empaque pero falta mayor fusión en los momentos de danza. Creo que habría que trabajar más eso.


Surralismo, Arrabal, Cervantes,… esta visión sobre el autor del Quijote y sus mujeres, las cervantinas, peca de poca unidad a nivel ideológico. Además, para terminar, casi intentando justificar lo injustificable, le dan un motivo a la actitud de las pingüinas. ¿Sabéis que ninguno hemos entendido nada y queréis darnos una explicación a todo? No cuela.


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