Dakota, una historia contada por un idiota
Dakota es una de las primeras obras de Jordi Galcerán, escrita en 1995, que el Teatro del Temple recupera a la actualidad y representa en el Teatro Lara, donde sigue reinando la obra Burundanga, del propio Galcerán. Una historia que mezcla la realidad con la ficción, la imaginación con lo tangible, lo vivido con lo soñado. Joaquín Murillo protagoniza esta comedia dirigida por Carlos Martín. ¿Sueños premonitorios o propiciar lo soñado?
Nuestro protagonista, Hipótito Jarama, sufre un accidente. Tras él, su vida cambia. Tiene sueños premonitorios que no le dejan vivir en paz. Hasta que sueña que su mujer se besa con un protésico dental. A partir de ahí, su lucha tendrá un único objetivo: comprobar si este sueño también se hará realidad. Una lucha entre lo onírico y lo realmente vivido que cambiará la vida de Jarama.
Dakota es una comedia de enredos. Pero no es una comedia de enredos al uso. Aquí, los enredos están provocados por el propio protagonista. Situaciones surrealistas que llenarán de risas el patio de butacas pero que componen una historia que no termina de engancharme. Galcerán escribe escenas grandiosas, de una comicidad apabullante, divertidas y llevadas a escena por Martín con el ritmo que necesita la comedia. Pero, sin embargo, el eje central flojea. El sueño de Dakota despierta un juego de ideas interesantes que bien podía haber sido llevado al cine por el propio Woody Allen, y protagonizado por él mismo. Una historia muy cinematográfica que en el escenario pierde fuerza, necesita mayor agilidad dramática.
A nivel interpretativo, el reparto no termina de creerse esta historia como real, se centra más en hacer reír al público que en trasmitir una fidelidad al personaje. Joaquín Murillo lleva el peso de la obra con solvencia pero le falta energía. Tiene pinceladas de Arturo Fernández y del ya citado Woody Allen pero le falta personalidad e implicación. Luis Rabanaque y Francisco Fraguas tienen una gran comicidad externa, muy clown, pero necesitan interiorizar cada uno de sus personajes. Yolanda Blanco, único elemento femenino de la obra, está muy inestable en su interpretación y a su personaje le falta definición. Ya lo he dicho en más de una ocasión, pero cada vez lo veo más cierto, más cómica es una desgracia cuanto más de verdad lo hace el intérprete. La comicidad ya la lleva el propio texto. Laura, personaje al que da vida Blanco, pierde un hijo y parece que no le importe. Sus reacciones son falsas y exageradas. El personaje resulta demasiado estridente aunque mejora en la escena de la cama.
Dakota podría haber dado mucho más de sí misma. Una historia con tintes oníricos que, sin duda, no es la mejor de Galcerán, pero en ella ya se vislumbra un autor que no hay que perderse. Fue su primera obra comercial pero en veinte años ha mejorado la técnica y la comedia. Una historia contada por un idiota que nos llevará a reflexionar sobre el destino y el papel que tenemos en él.