La cumbre, lucha de guerreras
Hay obras que te llegan desde el primer momento, otras que tardan más, algunas que no lo hacen nunca. La cumbre es una montaña rusa de sensaciones en la que al final del trayecto queda lo positivo dentro de una historia plagada de maldad. Estuardo y Tudor, una batalla histórica que Fernando Sansegundo traslada a la contemporaneidad más absoluta. El conflicto por un reinado se transforma en el control de multinacionales. Noelia Benítez y Pepa Gracia son Fernández Estuardo y Sánchez Tudor, dos leonas que enseñan sus garras.
En La cumbre mandan las mujeres. Ocupan altos cargos del mundo empresarial y los defienden con uñas y dientes. Triunfan pero con ello pierden la vida, la misma vida que pierden los hombres, no hablo de machismo. Amigas, enemigas, primas, hermanas, María e Isabel devoran, tienen instinto asesino. El inicio es algo lento pero pronto la obra sube como la espuma.
La sala de visitas de un psiquiátrico es el escenario común de los tres encuentros entre las dos mujeres. Tres actos para una obra que descarga su peso desde el principio. Demasiado pronto diría yo. Ni Benítez ni Gracia pasan de ser gatitas para convertirse en panteras, directamente se enfrentan con todas sus fuerzas, los cambios son a veces hasta demasiado bruscos, lo que ocasiona que lleguen al tope demasiado rápido, no dejan nada para el tercer encuentro en cuanto a lo que a fuerza se refiere. Una trayectoria in crecendo hubiese causado mayor impacto en el espectador. Ambas, sobre todo Pepa Gracia, están demasiado gritonas y se pierden en la vocalización. Gracia debe controlar esos impulsos porque el espectador pierde información que debe conocer, y más cuando habla de términos financieros. Sin embargo, no podemos obviar el intenso trabajo actoral que realizan las dos, llevando el peso de toda la obra con una carga energética a punto de explotar. Dibujan dos personajes que se controlan mutuamente y que poco a poco van descubriendo una maldad que no pueden disimular. Gracia está genial cuando sonríe, con ese humor negro que caracteriza a su personaje, y sus palabras duelen más cuando las dice con menos intensidad vocal. Benítez emociona, perturbada, aislada.
El final está resuelto de una manera brillante, con inteligencia a nivel textual. Los personajes acaban desnudándose, mostrando lo más oscuro de sí mismas. La cumbre es un clímax continuo, una subida de tensión y un trabajo actoral intenso. Ninguna de las dos pierde fuelle. La obra necesita acelerar los cambios entre actos y puntualizar algún aspecto concreto, como esa carta que se tira todo un acto en el suelo para un hecho después poco relevante. Era evidente que las actrices han visto esa carta y que no se agachan a cogerla por marca de dirección. Debería de ser menos evidente si Sansegundo quiere mantener ese momento. Conversaciones secretas, lucha de guerreras.