La vida manda, una familia entreguerras
Hay historias que son complicadas de llevar al teatro y ésta, escrita por Noël Coward, es una de ellas. Francisco Vidal vuelve a la Sala Tú después de meses consecutivos mostrando al público el drama El valle de los cautivos. Una sala que le da suerte y que vuelve a apostar por su manera de hacer teatro. Una forma que despista entre lo aficionado y lo profesional. Comienzos complicados que se llenan de energía hasta terminar dejando al público sin aliento. En La vida manda pasan veinte años y los personajes evolucionan, cambian sus vidas justo en un periodo histórico entre las dos guerras mundiales.
Una mudanza es el comienzo de la función. Una mudanza que será cíclica. La historia de esta familia es la historia de una casa, de lo que transcurre en ella y que no se borrará de las paredes por mucho que las llenes de cal y pintura. Ethel y Frank comienzan sus vidas en una casa nueva, con olor a humedad, entre cajas y platos de cristal se instalan en la habitación que los verá envejecer, la casa que verá como sus hijos crecen, despiertan pasiones, ideales diferentes a los suyos, de una nueva generación,… conflictos familiares que despiertan una rutina diaria mientras van pasando los años.
El montaje que nos propone Vidal es sencillo, los años pasan a través de proyecciones mientras que vemos como las primeras canas van apareciendo en nuestros protagonistas y las ropas de niño van pasando a las de adulto en los hijos de los mismos. Un vestuario cuidado pero que a veces despista ya que no está igual de revisado en todos los personajes. Al comienzo nos encontramos con un jaleo de personajes –vemos a diez actores en escena, montaje arriesgado pero valiente- que a medida que avanza la historia vamos descubriendo y situando en su lugar. Una decisión desacertada en este tipo de teatro naturalista es la de que los personajes hagan como que beben, como que comen,… no cuesta nada añadir agua a las copas o queso a los platos y va acorde con la propuesta escénica. ¿Por qué alguien lee una carta de verdad y no bebe de verdad?
En cuanto al elenco actoral, es muy difícil mantener a diez intérpretes en el mismo estilo interpretativo y con la misma calidad. Marta Matute y Sergio S. Fuentes crecen a medida que envejecen sus personajes, tanto en su manera de interpretar como en su actitud corporal, mucho más controlada en Fuentes conforme pasan los años. Ambos hacen evolucionar a sus personajes de una manera notable. Los personajes que dotan de comicidad a La vida manda cumplen muy bien su función y es una alegría verlos en escena. Un aplauso para una conseguida abuela desde que aparece en escena a cargo de Ana Moñino, y otro para Marta Reig que está genial en sus intervenciones como la tia desquiciada. Destaca también aunque tenga pocas escenas, la interpretación realista y en su justo punto de Álvaro Puch. Alicia Lescure también está correcta en un papel de hija rebelde que no quiere ser vulgar, aunque le falta mirar a los ojos a su interlocutor. El resto del reparto está correcto, aunque algunos personajes quedan desdibujados y poco definidos. Que seas un personaje secundario no quiere decir que seas menos importante. Por último, que alguien controle las intervenciones de la alegre saltarina criada. Esa no puede ser tu única indicación, Inés Portillo.
La vida manda ganará con el paso de las funciones, estoy seguro. Una buena elección del texto, una dirección que mejora por momentos y un reparto que, aunque inestable, consigue mantener atento al espectador durante las casi dos horas de función. Le auguro una muy buena trayectoria, aunque deberían tener cuidado con aspectos negativos que podrían pasar desapercibidos pero que provocan que la obra no sea redonda de principio a fin.