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Calderón cadáver, ¿y si todo fuera un sueño?


Acudo a una de las salas del Fringe en el Matadero de Madrid sin saber lo que voy a ver y en base a esto escribo mi primera parte de la crítica. Una obra inestable, incoherente y con una incierta evolución. Después de la función, leo el programa de mano y entiendo el porqué de estos tres adjetivos y lo cierto es que me fascina haber podido encontrar algún tipo de sentido a Calderón Cadáver al saber cómo ha sido escrito. Dirigido por Ernesto Arias y con Elena Tur y Paco Gámez en el reparto, un montaje desde la incertidumbre, la misma que siente el público desde su butaca.


Calderón Cadáver comienza su trama con una pareja que habla en verso, que expresa sus emociones con textos de Calderón de la Barca y de su archiconocida obra La vida es sueño. Ella rompe esta rutina y pide hablar normal, desde la carne, hablar sin eufemismos, sin pensar. Él hace un esfuerzo y poco a poco lo va consiguiendo. La evolución de esta pareja pasa desde este experimento hasta que la rutina los muestra encerrados, sin poder salir de una torre invisible peor que la de Segismundo. Una relación laberíntica en la que ella lleva los pantalones y en la que él acaba dejándose llevar no sin antes cuestionarlo todo. Hasta que rompen la cuarta pared y se sienten observados. A partir de ahí, Calderón Cadáver sufre una extraña evolución donde los sueños dominan las acciones de los protagonistas y donde el público acaba perdiéndose en esta trama. El problema, que pierde el interés.


Perdemos el interés porque no partimos de una base, el cómo ha sido escrito el texto. Escrito bajo la técnica surrealista de Cadáver Exquisito a través de la cual “varios autores escribían una composición en secuencia viendo solamente los últimos trazos que había hecho el autor que le precedía”. La única premisa, en este caso, tener presente los temas que, desde su punto de vista, se apoderan de La vida es sueño. Partiendo de esta base, la obra se ve desde otro ángulo. Vemos secuencias escénicas, más allá de una trama hilada y con continuidad que aún así, me sorprende ver cómo consiguen hilarse algunas escenas, aunque ya llegue un momento en el que esto es imposible. Los personajes pierden su carácter base, su relación se trasforma de una forma inverosímil. Lógico, el último autor no tenía ni idea de quienes eran esos personajes al comenzar la obra. Un experimento interesante con un resultado digno de ser visto, dos veces. Desde la ignorancia y la incertidumbre y desde la sabiduría y el conocimiento.


Ernesto Arias intenta encontrar sentido a este experimento y lo consigue en bastantes ocasiones. Su dirección es inestable, con momentos muy potentes y otros que no lo son tanto. No consigue una unificación escénica, algo que sí debería ser buscado. Elena Tur y Paco Gámez se convierten en juguetes de los dramaturgos, pasan por diferentes estados sin sentido y consiguen salir victoriosos de este juego escénico. Los tres, acompañados por todo el equipo del montaje, demuestran su valentía al enfrentarse a un proyecto novedoso e incierto, que podría haber resultado un desastre y que no ha sido así.


Un proyecto en una cárcel de incertidumbre, Calderón Cadáver es una obra donde los espectadores pasan de ser pequeños dioses, a voyeurs de una pareja que se besa con frialdad, a lobos insaciables de cultura. ¿Hacía donde va esta historia?, nos preguntamos. El último autor en escribir manda. ¿Y si todo fuera un sueño? Esta es la mejor explicación.


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