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Delicia, pasteles con sabor a uva



Tenía muchas ganas de ver esta obra, éxito en la recientemente desaparecida La casa de la portera y las buenas expectativas sólo tienen dos finales, o te satisface o te quedas a medias. En este caso, yo me quedé a medias. El texto de Triana Lorite es un texto loco, original y con tintes dramáticos y Alberto Velasco lo aborda con sensibilidad escondida y con un toque absurdo y muy almodovariano pero las actrices están un poco desconectadas entre sí y la historia no pasa por ellas, simplemente las roza. Una pena.


La introducción de la obra es divertida. Dos mujeres esperpénticas, acompañadas de un hombre con ukelele, cenan en una mesa repleta de pasteles y uvas. Una de ellas mira extrañada a la gente pasar, a los espectadores que se cuelan en su casa. La otra los mira con recelo. La conversación empieza a fluir. Hablan de exorcismos, de humillaciones, de comportamientos humanos, de muerte, redención y problemas segnocognitivos. Dos cuerpos imperfectos se revuelven sobre una mesa llena de manjares que apenas prueban.


La conversación es canalla, arriesgada y con mucho humor negro pero las actrices no terminan de empastar, la conversación no fluye, va a trompicones y eso es algo que no se puede permitir, sobre todo cuando llevan decenas de funciones a las espaldas. Juana Andueza y Juana Cordero demuestran lo buenas actrices que son con personajes estrambóticos, sacados de una cabeza loca y valiente, pero no empastan. Una pena. Además, la aparición del personaje masculino tampoco ayuda, no termina de definirse durante la obra, quizá al final le encontramos algún sentido pero despista más que ayuda. Como hilo musical es estupendo y se apoya en buenos recursos cómicos pero en otras ocasiones parece impuesto el mantenerlo en escena. David Bueno encandila pero su personaje no convence.


La cabecita loca de Delicia, la portera de la casa que vemos en escena –sería estupendo haber visto esta función en La casa de la portera, el lugar sería otro personaje más y aquí se queda frío por más que se intente reconstruir-, inventa personajes, convive con fantasmas que desaparecen cuando la realidad llega a su vida. Su hija viene pisando fuerte, demasiado guerrera desde el primer momento quizá, no hay transición ni una búsqueda de estrategias para conseguir su objetivo por las buenas –algo que haría más interesante al personaje-, y su nieta es fiel reflejo de las niñas malcriadas, con el móvil como segunda mano y con la mala educación de una madre inestable. María Reyes no termina de creerse la historia y Lucía Caraballo es tan insoportable como estupenda.


Delicia es una historia con muy buenos ingredientes pero que se complica en su desarrollo. La estética y la dirección de Alberto Velasco enarbolan un buen trabajo pero se pierde en el camino llenando el plato de vírgenes marías y de exorcismos que se quedan en nada, genial, por cierto, el momento taurino. El descubrimiento de Juana Andueza es vital, parece más una persona que un personaje, todo un acierto.


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