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Yernos que aman, puños que golpean el corazón



Arriesgada, ocurrente, sincera, dura, cruel, sorprendente, espectacular, única. Me faltan adjetivos para describir a Yernos que aman. Una obra de teatro hecha e interpretada con mucho amor que deja al espectador con la boca abierta. La realidad y la fantasía se fusionan sin molestarse. Abel Zamora escribe y dirige este drama familiar y esculpe a la perfección a un reparto del que él mismo forma parte. De diez.


Abel Zamora nunca deja de sorprenderme. Una mente privilegiada que escribe historias sacadas de una realidad cotidiana pero con un punto de locura marca de la casa. Yernos que aman es la historia de una familia, una familia compleja que vive en las paredes de su casa un drama en silencio. Corazones rotos y maltratados. Los golpes duelen porque chocan en el alma. Gente tóxica e inseparable, una dualidad que hará que ningún miembro de esta familia llegue a conseguir la felicidad de busca, quizá la consigan de otra manera.


Palabras que duelen ser escuchadas y que son dichas sin piedad. El montaje que preside Abel Zamora es escalofriantemente sincero. Personajes frágiles, incluso los que tienen la piel dura. El pasado deja huella, los recuerdos son imborrables y la música acompaña a una nostalgia –la misma canción en distintas voces, Creep de Radiohead- y un dolor que no puede ser olvidado. Y menos si no se quieren olvidar. Yernos que aman es un texto escrito con valor, sin miedo al qué dirán y sin ponerle trabas a la imaginación. Humor negro, momentos surrealistas, fantasía y realidad, misterio y seres de otro mundo. Hay momentos muy duros, crueles, incluso sádicos que pocas veces pueden verse tan de cerca siendo tan creíbles.


La interpretación de los diez actores que componen esta familia es magistral desde el minuto uno. Final apoteósico e historias que no quiero desvelar. Escenas de una alta calidad dramática que entregan al reparto un regalo de lucimiento que aprovechan entregados. La matriarca, Mamen García, es tierna y mira de una forma muy especial. Ama y quiere ser amada. Sus hijas, Marta Belenguer en uno de los trabajos más fantásticos de su carrera. Adoro a esta actriz y está espectacular en este frío y cruel personaje, diferente a todo lo que la hemos podido ver anteriormente. Lo mismo me ocurre con Manolo Caro. Completamente sorprendido con su interpretación. Nunca he visto el miedo en los ojos tan de cerca. María Maroto, hipocondriaca y divertida, nos entrega un momento para contener el aliento. Genial. Jorge Usón y Lorena López también forman una pareja agridulce. Enérgicas escenas las que se guarda Abel Zamora para sí mismo con José Sospedra. Zamora crea un personaje hundido, de ojos vidriosos, que se resiste a pasar página. Juan Caballero hace que su personaje no llegue a ser odiado por el espectador gracias a la dulzura de su mirada. Todo está en los ojos en Yernos que aman y es que los actores aman lo que hacen y lo defienden sin ninguna duda. Divertido también David Matarin en un personaje sorpresa.


Superioridad e inferioridad. Personajes que aman, otros que no consiguen amar, otros que buscan el amor, otros que no quieren ser amados,… Gran escena final y grandes aportaciones marca de la casa –ese baile en la sala de los espejos es genialmente dramático-, actualidad, humor rosa y televisivo y una única pega, el no poder ver las reacciones y las caras de todos los personajes en cada momento. La estructura del montaje y de La pensión de las pulgas tiene ese inconveniente.


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