Obscenum, Carnaval de desnudos
Obscenum se presentaba ante los medios como un “espectáculo sensual que es mejor ver que explicar”. Con esa premisa, la atención y la expectación estaban aseguradas. Ante nuestro ojos, un espectáculo donde la obscenidad está escrita en mayúsculas y donde el mal gusto y lo innecesario se presenta desde el minuto uno. Una mezcla de concierto, teatro porno y cero sensualidad. Lo siento, pero prefiero explicarlo antes que verlo.
La historia que sirve de excusa para desnudar a todo el personal se diluye a medida que avanza la obra y perdemos el interés por la misma. Dramaturgia de José Cruz, se permite la licencia de hablar de bulimia y drogas para intentar darle un toque social a un espectáculo que ya estaba perdido. Un fotógrafo de fotografía erótica ha perdido a su musa. A partir de esta pérdida, por su estudio pasarán personajes de lo más variopinto intentando buscar de nuevo la esencia de su fotografía.
Al ver Obscenum es imposible no acordarse de otra obra de teatro que sigue ahora mismo en cartelera y que pude ver en la misma sala Galileo y con una misma actriz en el reparto. Vooyeur despertaba sensualidad, subía la temperatura de los espectadores e insinuaba. Sexo de buen gusto. Obscenum va un paso más allá y cae en el abismo para no recular en ningún momento. Si Vooyeur insinuaba, Obscenum muestra, enseña y se recrea. Quizá con esta crítica pueda quedar de poco liberal y de cerrado de mente pero créanme, Obscenum no es necesario o, por lo menos, inclasificable como teatro. Un espectáculo pornográfico donde las interpretaciones dejan mucho que desear simplemente porque están poco cuidadas y tratadas. Lo obsceno deja de ser interesante a la media hora de la función y la música despierta a un espectador que ya lo ha visto todo a la mitad de la actuación. Por si fuera poco, la música llega a ser repetitiva sobre todo cuando te das cuenta de que te están cantando la misma canción con distinto ritmo.
El equipo artístico –multidisciplinar ya que cantan y tocan varios instrumentos- se ve forzado a enseñar su cuerpo como si estuviésemos en la época del destape o en plena movida madrileña. Señores, vayamos para delante y no demos pasos de cangrejo hacia una época gloriosa y necesaria que ya está pasada de moda. Sólo Alda Lozano logra despertar la risa en los espectadores con su desparpajo y su estilo que me recuerda a Verónica Forqué en Kika. Sus escenas con Borja Flöu divierten tanto como las escenas de Pepi, Luci Boom y otras chicas del montón, lo malo que Flöu se convierte en una copia barata de Mario Vaquerizo. El protagonista, al que da vida Antonio de Cos se defiende como puede intentando resistirse al desnudo aunque su cámara fotográfica capte hasta el más mínimo detalle de los atributos del resto del elenco que, sinceramente, son mucho más sensuales cuanto más tapados van. Pero, este espectáculo es obsceno y no podíamos esperar menos. Tendrá su público, no lo dudo.
Desde luego, la dirección de Diego Domínguez se quedó eclipsada por los cuerpos desnudos de sus intérpretes. Todo un desacierto de un equipo en el que me sorprende leer nombres como David Ottone, creador de Yllana y responsable de The Hole y de Hoy no me puedo levantar.