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A puerta cerrada, quién es quien en el infierno



Si hay una obra puntera de Jean Paul Sartre esa es A puerta cerrada. El mundo de las puertas, de las habitaciones sin salida, de los lugares claustrofóbicos y de la obligatoriedad de estar con quien no quieres estar se enmarcan en esta historia donde todos los personajes tienen una máscara que se resisten a desempolvar. Ernesto Arias dirige esta adaptación en base a la traducción de Alfonso Sastre con cuatro intérpretes que intentan dar lo mejor de sí mismos aunque a veces esas ganas les jueguen malas pasadas.


Tres desconocidos se encuentran en una habitación. Cada personalidad intentará imponerse sobre las demás en una guerra sin balas ni armas. Una vida sin interrupción, sin sueños, sin despertares, un lugar que nadie imaginaba así pero que puede llegar a ser incluso peor de lo imaginado.


Llevar un texto tan filosófico como el de Sartre a escena siempre tiene mérito, sobre todo si consigues que esa filosofía quede enmascarada por una historia teatral potente. El equipo capitaneado por Ernesto Arias lo ha conseguido. Mantiene en tensión constante al espectador y sigue atento todo lo que sucede en una habitación en la que estamos encerrados, igual que los personajes de la obra. Miedo, cobardía, ausencia, tortura, ¿arrepentimiento? A todos los personajes les pesa su pasado, de hecho están ahí porque hay algo que no hicieron bien y eso es lo que intentarán descubrir el uno del otro. Lo conseguirán pero el espectador se quedará con ganas de saber más sobre la verdad de todo lo que cuentan. Parece que hay algo que nunca desvelan y nunca llegarán a desvelarlo. Es ese arrepentimiento que se vislumbra pero no se aclara. Uno de los principales fallos que encuentro en esta historia es que los momentos extremos en los que supuestamente los personajes se desesperan llegan demasiado acelerados y no pasan de verdad por el filtro de la sensación de los actores. La desesperación parece forzada porque de verdad no han podido llegar al extremo del personaje. Quizá este fallo sea del texto de Sartre pero la compañía no ha sabido darle solución lógica y sensorial en su propuesta. Una pena.


El reparto actoral mantiene la intensidad durante todo el montaje, aunque esa intensidad les lleva a un cierto descontrol desafortunado. David López aprovecha sus intervenciones y presta un punto de ironía a su personaje que hace que no te puedas olvidar de él. Hubiera sido interesante que ese mozo volviese a aparecer en alguna ocasión. Casimiro Aguza interpreta a un Garcín con miedo, humillado y patético. Aguza no consigue mantener al personaje en los momentos de tensión e incluso lo escuchamos andaluz en estos instantes. Sonia de la Antonia traza un personaje demasiado plano y queda desdibujada, tampoco llegamos a ver en sus ojos el amor por Estelle, a la que da vida Elena González-Vallinas. La actriz resuelve con grandeza su monólogo pero queda un poco descafeinada en la parte del desconsuelo final, tampoco le ayuda tener que mantener el llanto durante el monólogo de Inés. González-Vallinas tiene poder en su mirada pero debe darle matices a lo trágico de su personaje.


A puerta cerrada es un montaje interesante que cogerá peso a lo largo de los pases. El reparto también necesita ser más cómplice, observarse, analizar el viaje de su personaje y vivirlo con él desde dentro, sin forzar ni imponer. ¿Qué hacer durante el resto de la eternidad? Una pregunta sin respuesta.


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