Sin anestesia, un plan de machotes
Sin anestedia es una comedia aparentemente simplista que intenta reflejar un trasfondo que cuesta encontrar. Sólo será al final cuando el motivo de esta excusa machista y sin corazón tenga una pequeña razón de ser. La obra es divertida y gran parte de este divertimento lo provocan un reparto que confia en el producto que vende y una directora, Aitana Galán, que ha sabido poner la voz femenina en un trabajo complicado para los ojos de una mujer. Sergio Otegui y Carles Moreu se ponen al frente de este par de machos ibéricos con ganas de hacer travesuras.
La tentación, el ocultismo y la posibilidad de ser pillados son ingredientes perfectos para aumentar la líbido. Si a eso le sumas la posibilidad de acostarte con la mujer de tu mejor amigo, y éste con la tuya, el placer es sensacional. Esto deben pensar este par de amigos que pasan las semanas viendo como pueden hacer este plan realidad.
Esta trama sirve de excusa para hablar del cazador cazado, del valor que le damos a la persona que tenemos al lado, de la amistad y de sexo, como no. Dos cuarentones quieren hacer algo divertido y que nunca olvidarán aunque sea una vez en la vida. ¿Montarse en una montaña rusa? ¿Tirarse con paracaidas? No, acostarse con la mujer del otro. En la forma de contar la historia, parece que la planificación del hecho es incluso más importante que el hecho en sí.
Aitana Galán sabe manejar las riendas del ritmo para conseguir que la obra sea eficaz pero hay fallos esenciales que son difíciles de solucionar. La obra distrae al espectador con conflictos espacio-tiempo que no acaban de aclararse. La historia comienza en una fiesta con los protagonistas borrachos. Sin que nos demos cuenta, la fiesta ya no existe y la borrachera ha desaparecido. Dejan de importar, de repente, las referencias espacio-temporales. ¿Por qué? No lo sabemos. En Sin anestesia el espectador se tira todo el tiempo intentando buscar más allá de lo que la obra en sí quiere contar. Al final, nos damos cuenta de que no quería contarnos más allá, que tenemos que buscar el trasfondo en lo que vemos. Lo hay, pero creo que a la historia se le podía haber sacado mucho más jugo. El zumo no quedó 100% exprimido. La preparación de la acción se alarga demasiado en el tiempo y el público empieza a flojear y perder interés. El autor, Mariano Rochman se aprovecha de que el desenlace tiene tirón, el espectador quiere saber que pasará al final, si todo saldrá bien o no, y si los amigos conseguirán su ansiado plan. Pero el gancho no es tan fuerte como para que el público se vaya a su casa con un mensaje relevante.
Sergio Otegui y Carles Moreu se desenvuelven con gracia por el escenario y cumplen su cometido con naturalidad. Distinguen con sencillez a sus personajes y consiguen que el público se enganchen a ellos. Otegui le presta un halo de atractivo a su cuarentón mientras que Moreu le otorga algo de ternura a ese macho alfa que sólo sabe ir a tiro hecho.
Todo tiene sus consecuencias, esa es la moraleja que intenta sostener un plan teatral con poca miga. Demasiado machista o demasiado feminista. Me cuesta creer que haya hombres así, con tan poco corazón, aunque de todo hay en la viña del Señor. Espero que, por el bien de sus mujeres, haya pocos.
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