Una puta mierda, sinceridad y lealtad
Un desahogo, una liberación, un grito, una sonrisa y un arañazo. Trigo Gómez escribe este texto donde siete monólogos con sus siete personajes se suceden uno detrás de otro dejando a relucir el impecable trabajo actoral del autor. Dirigida por Camilo Vásquez, Una puta mierda tiene la luz del teatro ya trabajado que permite al intérprete hacer lo que le da la gana, hacer partícipe al espectador e incluso aprovechar cada estornudo del público o ese ruidoso caramelo que nos molesta a todos, para hacerlo brillar.
Un vagabundo molecular, un banquero pidón, un médico con efectos secundarios, un borracho modelo de la ley antitabaco, un quejica recién despertado, un periodista radiofónico y un hiphopero de versos de Calderón. Todos los personajes que Trigo Gómez podría ser pero elige no ser, tal y como cita la presentación del espectáculo. Personajes desagradables que no tienen miedo a decir lo que piensan.
Un vagabundo despierta en escena con sonidos ininteligibles. Sólo le entendemos decir “una puta mierda”. Cuando lo logramos entender, o más bien cuando él se dirige a nosotros y quiere que le entendamos, nos invita a su tren del alma. Un tren donde descubriremos esos personajes callados y ocultos que dicen lo que piensan, verdades como puños que a veces no queremos escuchar pero aquí, nos abren bien los oídos con humor y comedia para que no podamos obviarlas. Trigo Gómez se vuelve reivindicativo sin ser cansino y aprovecha a sus personajes para decir lo que siente.
Una puta mierda es un trabajo actoral de gran nivel. Dominio corporal y capacidad de transformación encomiable. Preciosos los momentos de cambios de personaje frente a su camerino personal, esa maleta con espejo y luces. Son preciosos porque muestran el trabajo de actor más sincero y tradicional donde unos sencillos retoques hacen que creemos nuevos personajes totalmente dispares, nuevos universos. Trigo Gómez se luce y es un espectáculo creado para ello. Pero se luce desde la humildad, desde el trabajo aparentemente sencillo pero complejo de ejecutar. Un esfuerzo disipado por la hilera de funciones que lleva a sus espaldas y que hace que sea capaz de improvisar y de incorporar todo lo que sucede a su alrededor volviendo al texto sin que nos demos cuenta.
Un espectáculo donde los monólogos se suceden de cara al público. No hay historia continuadora, tampoco hace falta. La obra decae en algún momento –sacar a un espectador a escena tiene sus riesgos y el actor tiene que darse cuenta de cuando tiene que terminar con esa historia-, aun así el espectador visualiza un espectáculo divertido hecho desde las entrañas y con la energía del que lo ha creado desde cero. Ironía, humor negro y sarcasmo. Ingredientes esenciales en cada monólogo que a veces tiene mucho de clown, otras de animador y otras de anecdotario.
Y todo para llegar a un final que nos incluye, nos invita a desahogarnos, a que digamos desde lo más profundo de nuestro ser “Una puta mierda”. Un soneto para concluir que descubre sus intenciones, el amor hacia lo que hace y la esencia de toda persona, ser verdad con lo que quiere ser. Grandes versos.