Palabras encadenadas, asesino sin remordimientos
Jordi Galcerán es un autor que nunca deja de sorprenderme. Conocía la obra Palabras encadenadas. No la había visto nunca representada pero me había leído el texto. Una obra única para que los dramaturgos estudien qué es eso de los giros dramáticos. El público se anodina ante lo que ocultan unos personajes que empiezan claramente definidos como víctima y verdugo pero que a medida que avanza la función van descubriendo sus verdaderas caras. Juan Pedro Campoy dirige a Francisco Boira y a Cristina Alcazar en una representación que podría haber indagado mucho más en un texto muy potente.
Una situación límite. Una mujer es secuestrada por un asesino. Lo primero que le dice es que si está allí es porque va a ser asesinada. Él mata una vez al mes, ella es psicóloga y es la primera víctima no azarosa del verdugo. La número 18. Un número muy especial para los dos. Él no siente ni culpa ni remordimientos, no siente nada al matar, le parece sencillo. Ella sufre con lágrimas en los ojos por lo que parece esperarle en los próximos minutos.
Esta es la primera imagen e informaciones que recibimos de Palabras encadenadas. Dos señoras se levantan de sus butacas escandalizadas y despotrican sobre el espectáculo al salir por la puerta. ¡Luego hablan de la educación de los jóvenes! La cosa pinta bien. No estamos ante una función comercial, estamos ante un ensayo sobre el ser humano partiendo desde los más bajos fondos, desde los que nos cuesta ver y oír. Un inicio duro, cruel, costoso de observar.
Tras este inicio impactante, ante nuestros ojos presenciamos una gran apuesta dramatúrgica de Jordi Galcerán que ha sido tratada con poco análisis por el equipo de La Ruta. Campoy lleva a sus intérpretes por un viaje complejo pero que tiene muchas aristas no encontradas y nos da la sensación, sobre todo en el personaje de Ramón, interpretado por Boira, que podría habérsele sacado mucho más partido, jugar más con lo poliédrico del susodicho. Es un regalo envenenado poder interpretar a este personaje, puedes caer en lo estereotipado o hacer el personaje de tu vida. Creo que Francisco Boira se queda un poco a medias aunque consigue sorprendernos en un final que, aunque ya lo conocía, me puso la piel de gallina. Su personaje sufre muchos cambios pero él los transita de forma brusca y superficial, al igual que sus movimientos que parecen poco naturales y forzados.
Cristina Alcázar, por su parte, evoluciona con más realismo. Se encuentra muy sumergida en el drama que vive su personaje pero actúa con fuerza cuando le toca. La pena es que pierde fuelle en la vocalización cuando se acelera y no logramos entender todo su texto.
Sin lugar a dudas, Palabras encadenadas es una función que no te dejará indiferente pero podría haberse jugado mucho más, sobre todo, partiendo de una dirección mucho más acertada y que tratase a fondo a los personajes tan ricos que ofrece Galcerán. Cambios de rumbo, de papeles, de fuertes y débiles, de culpables e inocentes, ironía y rencor. ¿Es posible curar a un psicópata? ¿Se puede volver uno psicópata por el rencor tras un divorcio complicado? Complejas respuestas.