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El Jurado, todos somos sobornables



El jurado es una obra de rabiosa actualidad que desde el minuto uno te atrae por la temática a abordar. Nueve personas serán las encargadas de dictar la culpabilidad o no culpabilidad de un político en un delito de corrupción. El caso podría ser un caso cualquiera pero servirá a estos individuos para vengarse de todos los abusos del poder, para poner sobre la mesa sus prejuicios antes del juicio y para enfrentarse a sus propios problemas personales. ¿La víctima? ¿El político o los ciudadanos?


Andrés Lima dirige este texto de Luis Felipe Blasco Vilches bajo la producción de Avanti Teatro. El texto parte de la película Doce hombres sin piedad pero adaptado a la sociedad española y a lo que ahora mismo nos bombardea en las noticias, que son los casos de corrupción. El Jurado recuerda a ese jurado popular que declaró a Camps en la trama Gürtel no culpable de cohecho por recibir trajes como regalos por diversos favores. Ahora unas joyas son los presentes y nueve españoles los que tendrán que decidir. Serán interesantes las razones de cada uno.


Ocho a uno. Ocho culpables y uno no culpable. Ese es el veredicto de la primera votación que emprende este jurado. Una votación válida pero que dará pie a multitud de preguntas para volver a abrir un caso que podría haberse dado por cerrado. El calor, el partido de la Selección Española o las ganas de estar con los seres queridos son ingredientes suficientes para hacer un juicio rápido, pero más de uno tiene conciencia -o motivos ocultos- y las dudas empiezan a surgir.


El Jurado plantea con sus personajes un retrato social en el que la moral de cada uno para con los demás se enfrenta a la que tiene consigo mismo. Una obra en la que poco a poco iremos descubriendo, con acierto, la cara oculta de los personajes. Sin embargo, al montaje le cuesta arrancar e ir al meollo de la cuestión, lo que es el debate en sí. Cuando parece que va a empezar, nos proponen una pausa, necesaria para ir conociendo a los personajes pero quizás demasiado amplia y sucesiva como para que el espectador no sé pregunte, ¿cuándo me van a entrar en materia? Una vez que el debate llega, el espectador se entrega, se pregunta, se cuestiona y se juzga a sí mismo. Eso es lo que buscaba y eso es lo que encontré. Rebosante de actualidad, todos nos hacemos la misma pregunta. ¿Por qué criticamos a un político corrupto si todos, de una manera u otra, somos corruptos en nuestra vida diaria? La intensidad va increcendo y las máscaras de cada uno se ponen sobre la mesa. Bien hilada la dramaturgia de Vilches.


Sin embargo, algunos detalles de dirección -todo un acierto la plataforma giratoria- me despistan más que sumergirme en la historia. Sobre todo, porque parece que no están claros. Algunas cámaras lentas o congelaciones parecen no haber sido consensuadas ya que vemos a Eduardo Velasco pasar páginas de un cuaderno con total naturalidad mientras que Canco Rodríguez anda a dos por hora. Lo mismo pasa con las congelaciones fuera del círculo, Isabel Ordaz sigue hablando con su compañero en la parte trasera mientras que Víctor Clavijo está hecho piedra. Mis ojos no deberían estar en eso, sino en la escena que está llevándose a cabo en la parte delantera, pero esa falta de unidad consigue despistarme y es que en el público hay ojos para cada rincón del escenario. Quizá también la cámara lenta sea más efectiva desde la frontalidad y no desde el lateral en el que yo me encontraba.


A nivel actoral, el reparto responde con firmeza y se nota implicado en la defensa de un espectáculo que merece la pena ser visto. Coralidad con empaque. Isabel Ordaz, junto a Canco Rodríguez, es la encargada de relajar el ambiente con comentarios que hacen reír al patio de butacas, pero está muy acertada también en los momentos dramáticos donde empatizamos con su personaje. Víctor Clavijo y Cuca Escribano parecían estar en un segundo plano durante buena parte de la función pero cuando sus personajes estallan, lo hacen con sabiduría escénica. Algo que no pasa con Usun Yoon que aparece cuando se ríe pero desaparece el resto del tiempo. Y Pepón Nieto sorprende con este personaje pero no mide los niveles de intensidad cuando se enoja, que deberían ir de menos a más o al menos diferenciarse entre sí. Eduardo Velasco, Luz Valdenebro y Josean Bengoetxea hacen un buen trabajo aunque sus personajes pasan más desapercibidos.


El Jurado es una obra que nadie debería perderse porque, pese a las carencias que son más de limpieza –por cierto, que alguien le maquille las canas a Bengoetxea por la parte trasera, que se le ha olvidado que ahí también tiene cabello- que de talento, nos refleja a todos y cada uno de los espectadores y nos plantea una encrucijada que sólo seríamos capaz de resolver estando sentados en la silla de un jurado y a punto de levantar la mano para declarar culpable o no culpable al acusado.


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