Numancia, un montaje obligado
Todos alabamos la figura de Shakespeare. Todos reconocemos la importante de El Quijote de la Mancha en nuestra cultura. Es el IV Centenario de la muerte de Cervantes, el homónimo español del autor de Hamlet, y había que homenajearlo. Pero no a cualquier precio. Juan Carlos Pérez de la Fuente dirige un montaje donde la estética premia sobre el entendimiento y donde al espectador le cuesta encajar determinados parlamentos que suenan a viejo. Sin embargo, la historia avanza y el público termina sumergiéndose en el dolor de los numantinos y en las garras de una conquista que no le hizo bien a nadie. “La libertad sin dignidad no existe”, palabras universales.
Titulada por Cervantes como El cerco de Numancia y también llamada La Numancia, en esta versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño, con prólogo y entremeses incorporados, Numancia se muestra lenta y tediosa en su comienzo hasta adentrarnos en un desenlace trágico y cargado de simbolismos. La segunda parte, después de ese entremés alegórico y surrealista protagonizado Beatriz Argüello y Alberto Velasco, que obliga a despertar al espectador, se convierte en más nítida, más eficaz y la imagen se sumerge con el verso como debe de ser, legible y preciso.
Pérez de la Fuente ha querido mezclar lo antiguo con lo nuevo y le ha costado arrancar. Mis primeros apuntes en la libreta mencionaban que el montaje suena a teatro antiguo, poco renovado, una interpretación austera, vieja y con un ritmo lento, sin prisa y con pausa. Es una pena que tengamos que esperar tanto para contentarnos con esta tragedia. El verso parece fácil, nada rebuscado y es que, aunque nos duela, el teatro de Cervantes es un género menor, nada equiparable a las rimas de Lope o Calderón. Ya lo fue así en su época, poco podemos hacer nosotros ahora. Eso sí, el Teatro Español tenía que rendir este homenaje y Pérez de la Fuente nos ha ahorrado una función soporífera y eterna como parecía que iba a ser.
El reparto maneja las tablas con corrección, sin grandes intérpretes destacables. Gran monólogo el que protagoniza Markos Marín sobre el muro y divertida la alegoría de Velasco y Argüello; mal que le pese a otros críticos, Velasco utiliza su cuerpo a su antojo y sirve bien de repulsivo al hambre y a la guerra. Los soldados romanos, Chema Ruiz, Raúl Sanz y Carlos Lorenzo se distribuyen bien los papeles aunque me hubiese gustado encontrar mayor distinción entre los personajes. Interpretación manida y trágica propia de este tipo de teatro que no sorprende pero tampoco estorba, eso sí el hambre y la desolación la escucho en los versos pero no la veo en las interpretaciones, era un buen estado al que los intérpretes podrían haberse agarrado.
Numancia era una obra obligada que Alessio Meloni aprovecha para construir una escenografía implacable. Un montaje obligado que tampoco pasará a la historia ya que se quedaría en nada si todo lo exterior y lo estético se esfumase de un plumazo. Hay tragedia pero no encontramos el drama que cabría esperar. Por cierto, genial y quijotesca imagen la del numantino luchando contra los rayos del cielo como ese Quijote contra los molinos. Coraje y dignidad frente a la adversidad.