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El trompo metálico, perversa inteligencia



El trompo metálico tiñe de humor, absurdo y risas una tragedia de maltrato, abusos y perversiones. Violencia, soberbia, infravaloración, inteligencia y cultura, todo fluye en una obra que sorprende al espectador por su vaivén entre la comedia y la crueldad. Heidi Steinhardt firma y dirige esta “comedia dramática”, como ella misma la ha definido, y presta sus palabras a un reparto que aprovecha todos los vaivenes de la obra. Anabel Alonso, Jesús Ruyman y Marina Cruz.


Unos padres están empeñados en hacer de su hija una mujer perfecta. La más inteligente, la más culta, la que mejor baila, la más delgada, la más guapa,… Un halo de perfección imposible de cumplir, sobre todo cuando sobrepasas a tus maestros y estos no pueden consentirlo. Juegos de destreza mental, baile y literatura en una sobredosis de educación y buenos modos. Actitud enciclopédica. Y detrás de todo esto, la verdad se vuelve agria y dura.


El trompo metálico engaña al espectador a través de la risa y el humor más absurdo, más histriónico. Un engaño que será más chocante cuando el maltrato se hace presente y los abusos latentes. El final te dejará sobrecogido. Y ese engaño es el que buscaba a lo largo de la función. ¿Qué habrá detrás de todo esto?, me preguntaba. ¿Qué habrá detrás de ese vals largo y con poca chispa? Y encontré la respuesta. Todo un acierto. A veces se peca de adornar el humor con absurdo sin trasfondo y considero que el absurdo bien utilizado sirve para eso, para disfrazar una realidad cruel y dura, algo que cumple Steinhardt en esta agria comedia.


La actriz elegida para dotar de absurdo todo este texto no podía ser más acertada. Anabel Alonso está sobresaliente en este personaje aunque considero que roba demasiado foco en algunas ocasiones, es inevitable seguir cada gesto suyo, cada ruidito. Un personaje estupendo que Alonso aprovecha con desparpajo, el humor de la que quiere ser algo y no lo consigue, por más que aparente serlo. Más alejado del histrionismo están padre e hija, que aparentemente son los únicos que viven el drama. Jesús Ruyman defiende a este padre impoluto con solvencia y Marina Cruz no se achica ante dos grandes, al contrario, consigue resolver con maestría momentos de gran intensidad. Logra parecer una adolescente, una niña, pese a no serlo.


Una obra que despista en cuanto al tiempo ya que vemos como la escenografía, el vestuario y la actitud de los personajes están anclados en un tiempo pero todo sucede hoy en día. Un despiste intencionado, lógicamente, que obliga al espectador a ver como los personajes no consiguen avanzar ni evolucionar. El trompo metálico se convierte así, aunque haya momentos o ciertas actitudes de Catalina, la niña, que no consiga entender del todo, en una comedia que aprovecha sus tintes absurdos, a veces un poco pasados de rosca, para lo que realmente tienen que valer, para disfrazar una realidad.


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